AAVV SAN JULIAN

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lunes, 21 de noviembre de 2011

LEYENDAS POPULARES MARMOLEJEÑAS.

La leyenda de la niña  del Barranquillo (siglo XIX):

   El Barranquillo fue durante el siglo XVIII y XIX, una casería  próxima  al río Yeguas, ubicada en el arranque de la cañada de donde nace el arroyo del Barranquillo, muy próxima a la carretera de Cardeña y a la hacienda de La Campana. La finca  era del marqués de Grañina y conde de Gómara, también dueño de La Campana, y se extendía desde dicha carretera  hasta  las cercanías del Yeguas. En la década de los sesenta del pasado siglo, aún quedaban las ruinas de un caserón de aspecto decimonónico donde fácilmente se intuían las bóvedas derruidas de una capilla  y la torre de su viejo  molino construida a base de sillares de piedra molinaza para servir de contrapeso de la viga de prensado de los capachos.
  Hoy día, sorprendentemente, no queda rastro alguno de su existencia, pero sí conservamos la narración de un hecho legendario que, según la memoria de nuestros antepasados, ocurrió en ese lugar cuando la casería conocía sus mejores tiempos y en ella se albergaban las cuadrillas de jornaleros ocupadas durante los inviernos en las faenas de recolección de las aceitunas. Dice así:

“Eran tiempos antiguos en los que el ingenio humano aún no había ideado la luz eléctrica, ni siquiera el motor de combustión. Los días discurrían entre los trabajos de recolección con  jornadas laborales casi interminables y las noches, frías y penosas, inundaban desde muy pronto el paisaje olivarero de la serranía con una oscuridad plena, solo salpicada de las tenues lucecitas que los candiles de un sinfín de casillas y caserías proyectaban a través de las ventanas, conformando un paisaje similar al de los belenes navideños.
  En ese ambiente de sosiego vespertino, la hija más pequeña de los caseros, fue a perderse la tarde del día de la Nochebuena entre los olivares lejanos a la casería cuando, en compañía de sus padres, regresaba del tajo quizás aturdida y confusa por la densa niebla que inundaba a esas horas la cañada de los Caros.
  Cuando la noche invadió de veras los campos, los padres empezaron a mostrar preocupación al comprobar que la pequeña no regresaba. Entonces, sin más dilaciones, iniciaron su búsqueda por aquellos pagos ayudados de los candiles y de las demás familias aceituneras alojadas en la casería. También acudieron en su ayuda los aceituneros de la Campana, de la Herradura y de Los Caros, pero día tras día, noche tras noche, resultaba infructuosa su búsqueda. Cada minuto crecía la congoja de todas aquellas buenas gentes, sobre todo cuando a la caída de cada  tarde los aullidos de lobos y de otras alimañas de la serranía cercana, hacían perder en ellos la esperanza de hallarla  con vida.
    Pasaron siete días y siete noches y he aquí que una mañana muy temprano, y antes de encomendarse los aceituneros en sus tareas cotidianas, vieron acercarse un bulto, entre la niebla, que venía hacia la casa. Los caseros, José y Ana María, sorprendidos, fijaron su mirada en aquella figura difusa, resultando finalmente ser la niña perdida que inexplicablemente regresaba, sin que su aspecto presentara rasgos de haber sufrido padecimiento alguno.
  Muy pronto cundió la alegría y el regocijo, y corrió, de boca en boca, el aguardiente, las tortas de aceite, los pestiños y los roscos de Navidad, celebrando todos juntos el acontecimiento del regreso de la hija de los caseros.
  Pero enseguida una duda invadió el interior de aquella humilde gente: ¿cómo habría podido un ser tan frágil e indefenso sobrevivir a los peligros de la noche y al frío intenso de un  invierno tan crudo donde las escarchas blanqueaban los campos hasta más allá del mediodía?.
   La niña cuando empezó a contar lo ocurrido solo podía recordar  que una buena señora, amable y acogedora, la estuvo cuidando, noche y día, resguardándola del frío intenso, acurrucándola bajo su manto, y cuando necesitó alimento se lo daba al instante.
  Aquella señora nadie pudo verla en los días posteriores al suceso. Ni tampoco las gentes de los contornos consiguieron  darle una explicación coherente a lo narrado por la niña. Sorprendentemente, unos días más tarde, los aceituneros se percataron de que un viejo olivo de la cañada de los Caros, poco dado a cuajar fruto, presentaba un aspecto insólito por la gran carga de aceitunas que soportaba. Al momento la niña reconoció el lugar, como el sitio donde había pasado aquellos días con la misteriosa señora. Al parecer aquel viejo olivo ya no dejó de tener abundantes cosechas en los años posteriores a tan extraño suceso”.   

    Evidentemente las leyendas forman parte del argot cultural de la gente del campo en una época todavía preindustrial donde el peso de la agricultura en la economía de los pueblos era aún determinante. Contenían muchas de estas leyendas elementos ficticios, a menudo sobrenaturales, y se transmitían de generación en generación con claros fines pedagógicos y moralizantes. Suelen incluir milagros percibidos como sucesos reales pero que se encuentran enmarcados dentro del adoctrinamiento tradicional del lugar donde la leyenda se origina.
  Sabemos que el momento de contarlas era con la noche ya cerrada, cuando las cuadrillas se agrupaban  en torno al calor de las lumbres de las caserías. Era entonces la oportunidad para que los más viejos trasmitiesen su sabiduría, sus experiencias de vida, a los menos viejos y a los niños, permitiendo con ello, quizás de manera inconsciente, la transmisión a la posteridad de los elementos más genuinos de la cultura popular.

   El Barranquillo (o casería de La Virgen, como se le llamó después de aquel suceso) con su leyenda popular ya solo es un lugar sumido en la historia del olivar serrano. Dicen que aún, a la caída de la tarde, en los días de invierno, puede oírse la tenue y dulce vocecita de aquella niña llamando a sus padres, confundida entre los cantos de los mochuelos y los susurros de las lechuzas.


                                          Últimas horas de la tarde en la cañada del Barranquillo.
                                          Al fondo la cuenca del Yeguas. 



                                         Casería de los Caros, en las cercanías del arroyo del
                                         Barranquillo.


                                          El olivar serrano fue lugar propicio para la aparición
                                          de leyendas y narraciones populares.
                                          Marmolejo desde el pago de Aguilera.

1 comentario:

Un aldeano dijo...

Gracias a la Asociación de Vecinos de San Julián por ilustrarnos con estos relatos. He conocido esta página a través de un compañero y la encuentro interesante.