AAVV SAN JULIAN

AAVV SAN JULIAN

sábado, 26 de noviembre de 2011

TIEMPO DE ACEITUNA.

La escarcha (*)
Por:  Esteban Beltrán Morales
   “Era una mañana de enero de este presente año que será memorable por la abundancia de escarchas y por la escasez de lluvias. Los campos amanecían un día y otro cubiertos con un sudario blanco, cuyo aspecto tristísimo acongojaba el ánimo y hacía temblar de frío a las fanegueras cuando se asomaban por las mañanas á las puertas de los lagares á ver como había amanecido.
  Particularmente los niños, tiritaban aún arrimados á la candela, pensando en el frio que iban á pasar cogiendo las aceitunas que, aprisionadas por la escarcha, parecían almendras confitadas en la triste umbría. –Vamos andando a coger las peladillas- decía el manijero después de haber comido todos las migas tostadas al rayar el día; y de los lagares salían en tropel hombres, mujeres y niños encogidos y pisando el suelo duro y helado como si en él hubiera espinas agudas  que les clavaran en los pies descalzos de la mayoría de aquellas infelices criaturas. ¡Qué invierno más cruel y terrible ha sido este para las fanegueras!. La tierra endurecida por las escarchas, estaba erizada de aristas de hielo como si hubieran brotado por todas partes chorros de agua, quedando convertidos estos manantiales en hielo formando chorros y cascadas caprichosas.
Por encima de estos hielos había que andar todo el día y entre este hielo había que sacar las aceitunas.
 Los hijos de las fanegueras, niños y niñas de corta edad, casi todos ellos descalzos, ayudaban a sus madres en tan penosa tarea, gimiendo y llorando y sufriendo en sus rostros amoratados y en sus cuerpos mal cubiertos con ropas viejas de algodón, aquella temperatura fría y glacial que se  dejaba sentir como arañazos de gato furioso.
 El viento duro y frio del Norte, que es el que impide que en esta región llueva con abundancia, contribuye a que la helada dure casi todo el día, prolongando el sufrimiento de aquellas criaturas, que no se comprende cómo pueden resistir tantas penalidades”.
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(*)  La escarcha” constituye el primer capítulo del libro de Esteban Beltrán titulado “Manolín: leyenda popular”. Esteban Beltrán Morales, era montoreño nacido en 1854 y fallecido en 1920. Denunció la dramática situación del proletariado agrícola con contundencia, planteándole a la clase jornalera  soluciones,  a través del cooperativismo, para salir de su situación de desamparo. En sus diferentes obras como “Manolín”, “Socialismo agrícola (segunda parte del Manolín)” y “Los Luchadores”  desarrollará  la  utopía republicano-socialista. Sus escritos tuvieron gran difusión entre los centros obreros republicanos de toda Andalucía.
    Este hombre lúcido y honesto era un pequeño comerciante con preocupación social. En 1892 regentaba un establecimiento de Comestibles y Coloniales en la calle Coracha de Montoro y unos años después, en los primeros del siglo XX, fundó o ayudó a fundar, una escuela laica adscrita al Círculo Republicano de su pueblo natal. “Me levanté y dije: amigos míos yo me ofrezco y comprometo a enseñar gratuitamente a todos los niños que vengan de día y de noche a leer, escribir y a cuentas, y las mensualidades de los alumnos ingresarán íntegras en las cuentas para el sostenimiento del Círculo”. Al serle clausurada la escuela de Montoro por las autoridades conservadoras, marcha a Tazacorte, pequeño núcleo de población de la isla de La Palma, en Santa Cruz de Tenerife donde ejerció como maestro laico durante los cursos 1910-1912.
   Una muestra caligráfica de Feliciano Palomeque Garrido, discípulo de Beltrán, corrobora los ideales socialistas y anticlericales del maestro. Ésta caligrafía sirvió de prueba en el expediente de clausura de la escuela en 1909. La transcripción literal del texto es la que sigue y hemos de entenderla en su contexto histórico: “¿Por qué se cuidarán tanto los curas y la gente beata de la salvación de nuestra alma y permanecen tranquilos aunque nos vean en cueros y muertos de hambre?. Es chocante que le exijan al pobre trabajador que confiese, oiga misa y guarde las fiestas y no le procuren buenos alimentos para que disfruten de buena salud, y buenas ropas y calzado para evitarle molestias y enfermedades. Para el beato es más lo ilusorio que lo real”.
  Beltrán, que fue masón, republicano y georgista,  escribió su obra para enseñar al pueblo trabajador a practicar un socialismo fraternal y bondadoso, más reñido con los curas que con Dios, e inconfundiblemente regeneracionista en su preocupación por la educación como providencia de libertad.

viernes, 25 de noviembre de 2011

RESPUESTA A UN COMENTARIO.

Anónimo dijo…..
ES VERDAD, TODO LO QUE TENGA QUE VER CON EL ANTERIOR EQUIPO DE GOBIERNO HAY QUE QUEMARLO, NINGUNEARLO, DESTRUIRLO, DEFENESTRARLO, ARRINCONARLO.
Eso lo está diciendo usted, Sr. Anónimo, porque desde esta Asociación dicha afirmación, no se ha vertido nunca.
LA AAVV SAN JULIÁN SE MUEVE SIN NINGÚN TIPO DE INTERÉS PARTIDISTA. SON TODOS CIUDADANOS EJEMPLARES.
Gracias, pero tampoco necesitamos tanto alago.
 CUANDO ALGUN@ DE ELLOS HA USADO INFINIDAD DE VECES GRATUITAMENTE INSTALACIONES MUNICIPALES PARA LUCRARSE, PUES A CALLAR (NO VOY A DAR NOMBRES, PERO SI SEGUÍS TIRANDO DE LA LENGUA, A LO MEJOR SI). ¡QUÉ ALEGRIA!
¿ESTE ES EL NUEVO AMANECER EN MARMOLEJO AL QUE TE REFIERES CATAFRACTO?
     Conocemos este lenguaje, lo hemos estado soportando durante muchos años, sabemos desde que lenguas viperinas o plumas envenenadas parte. Nunca nos ha intimidado y menos aun ahora, pero si alguien debe temer que alguna lengua, por ahí, se vuelva loca y largue, no será precisamente, nadie de esta Asociación.
  Sepa usted, Sr. Anónimo, que la carta que ha provocado su comentario, no es una crítica, sino la denuncia de una injusticia y un atropello,  que está padeciendo una familia de  vecinos,  en San Julián, así que dejen de mirarse al ombligo y quien la provocó,  la solucione.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

CARTA AL SR. ALCALDE DE SAN JULIAN.

                                                    Estimado Sr:
El motivo de dirigirnos a usted, no es otro que nuestra preocupación ante la situación de desamparo en la que se encuentra la familia que usted y el anterior alcalde de Marmolejo, Sr. Relaño, instalaron en el inmueble ubicado en Plaza Mayor nº 4 de San Julián, de titularidad municipal. Al parecer, según ustedes mismos informaron en el acto público que desarrollaron en la localidad durante la campaña electoral de las pasadas elecciones municipales,  dicho local y vivienda se les había adjudicado conforme a ley, para proceder a la explotación del bar.
Muchas son las dudas que nos asaltan acerca de la legalidad de dicha adjudicación, ya que, concurren circunstancias extrañas o cuanto menos, poco claras, como son la falta de suministro eléctrico en el inmueble y su negativa a formalizar contrato de arrendamiento, necesario para que los inquilinos puedan solicitar a la compañía comercializadora el necesario suministro energético. Una cosa si está meridianamente clara, no se trata de una familia de “okupas” que entraron en el local derribando la puerta, nada más lejos de la realidad, lo hicieron llave en mano, con el beneplácito de usted y del anterior alcalde de Marmolejo y ahora resulta que no aparecen papeles por ninguna parte.
A estas alturas, usted debiera tener claras cuales eran y son sus competencias, si no es así, le invitamos a que lea la “ley 5/2010 de 11 de Junio, de autonomía Local de Andalucía”, en lo concerniente a Entidades Locales Autónomas y entenderá que es a usted y no a otros, a quien corresponde buscar solución al problema. Nadie tiene por qué pagar las consecuencias de los desmanes y abusos de épocas pasadas.
No podemos permitir que esta familia, con un hijo menor de edad, siga en estas condiciones ni un día más, menos aún tratándose de vivienda de titularidad municipal, porque la Institución que usted preside, lejos de provocar estas lamentables situaciones, debiera propiciar condiciones de vida dignas a todos sus vecinos, al menos así lo entendemos quienes desde una ética socialista defendemos la solidaridad y la justicia como valores humanos imprescindibles para conseguir un Mundo mejor.
En esta Asociación, que por razones humanitarias se solidariza con la citada familia, esperamos una respuesta y actuación por su parte, que ponga fin a esta desgraciada situación lo antes posible, porque la consideramos tremendamente injusta. Si estamos equivocados, vayan por delante nuestras disculpas, pero si la razón nos asiste, no dude de que moveremos cielo y tierra para no ver ni una noche más a ese niño haciendo sus deberes escolares a la luz de una vela.
En espera de una pronta resolución, reciba un cordial saludo.


lunes, 21 de noviembre de 2011

LEYENDAS POPULARES MARMOLEJEÑAS.

La leyenda de la niña  del Barranquillo (siglo XIX):

   El Barranquillo fue durante el siglo XVIII y XIX, una casería  próxima  al río Yeguas, ubicada en el arranque de la cañada de donde nace el arroyo del Barranquillo, muy próxima a la carretera de Cardeña y a la hacienda de La Campana. La finca  era del marqués de Grañina y conde de Gómara, también dueño de La Campana, y se extendía desde dicha carretera  hasta  las cercanías del Yeguas. En la década de los sesenta del pasado siglo, aún quedaban las ruinas de un caserón de aspecto decimonónico donde fácilmente se intuían las bóvedas derruidas de una capilla  y la torre de su viejo  molino construida a base de sillares de piedra molinaza para servir de contrapeso de la viga de prensado de los capachos.
  Hoy día, sorprendentemente, no queda rastro alguno de su existencia, pero sí conservamos la narración de un hecho legendario que, según la memoria de nuestros antepasados, ocurrió en ese lugar cuando la casería conocía sus mejores tiempos y en ella se albergaban las cuadrillas de jornaleros ocupadas durante los inviernos en las faenas de recolección de las aceitunas. Dice así:

“Eran tiempos antiguos en los que el ingenio humano aún no había ideado la luz eléctrica, ni siquiera el motor de combustión. Los días discurrían entre los trabajos de recolección con  jornadas laborales casi interminables y las noches, frías y penosas, inundaban desde muy pronto el paisaje olivarero de la serranía con una oscuridad plena, solo salpicada de las tenues lucecitas que los candiles de un sinfín de casillas y caserías proyectaban a través de las ventanas, conformando un paisaje similar al de los belenes navideños.
  En ese ambiente de sosiego vespertino, la hija más pequeña de los caseros, fue a perderse la tarde del día de la Nochebuena entre los olivares lejanos a la casería cuando, en compañía de sus padres, regresaba del tajo quizás aturdida y confusa por la densa niebla que inundaba a esas horas la cañada de los Caros.
  Cuando la noche invadió de veras los campos, los padres empezaron a mostrar preocupación al comprobar que la pequeña no regresaba. Entonces, sin más dilaciones, iniciaron su búsqueda por aquellos pagos ayudados de los candiles y de las demás familias aceituneras alojadas en la casería. También acudieron en su ayuda los aceituneros de la Campana, de la Herradura y de Los Caros, pero día tras día, noche tras noche, resultaba infructuosa su búsqueda. Cada minuto crecía la congoja de todas aquellas buenas gentes, sobre todo cuando a la caída de cada  tarde los aullidos de lobos y de otras alimañas de la serranía cercana, hacían perder en ellos la esperanza de hallarla  con vida.
    Pasaron siete días y siete noches y he aquí que una mañana muy temprano, y antes de encomendarse los aceituneros en sus tareas cotidianas, vieron acercarse un bulto, entre la niebla, que venía hacia la casa. Los caseros, José y Ana María, sorprendidos, fijaron su mirada en aquella figura difusa, resultando finalmente ser la niña perdida que inexplicablemente regresaba, sin que su aspecto presentara rasgos de haber sufrido padecimiento alguno.
  Muy pronto cundió la alegría y el regocijo, y corrió, de boca en boca, el aguardiente, las tortas de aceite, los pestiños y los roscos de Navidad, celebrando todos juntos el acontecimiento del regreso de la hija de los caseros.
  Pero enseguida una duda invadió el interior de aquella humilde gente: ¿cómo habría podido un ser tan frágil e indefenso sobrevivir a los peligros de la noche y al frío intenso de un  invierno tan crudo donde las escarchas blanqueaban los campos hasta más allá del mediodía?.
   La niña cuando empezó a contar lo ocurrido solo podía recordar  que una buena señora, amable y acogedora, la estuvo cuidando, noche y día, resguardándola del frío intenso, acurrucándola bajo su manto, y cuando necesitó alimento se lo daba al instante.
  Aquella señora nadie pudo verla en los días posteriores al suceso. Ni tampoco las gentes de los contornos consiguieron  darle una explicación coherente a lo narrado por la niña. Sorprendentemente, unos días más tarde, los aceituneros se percataron de que un viejo olivo de la cañada de los Caros, poco dado a cuajar fruto, presentaba un aspecto insólito por la gran carga de aceitunas que soportaba. Al momento la niña reconoció el lugar, como el sitio donde había pasado aquellos días con la misteriosa señora. Al parecer aquel viejo olivo ya no dejó de tener abundantes cosechas en los años posteriores a tan extraño suceso”.   

    Evidentemente las leyendas forman parte del argot cultural de la gente del campo en una época todavía preindustrial donde el peso de la agricultura en la economía de los pueblos era aún determinante. Contenían muchas de estas leyendas elementos ficticios, a menudo sobrenaturales, y se transmitían de generación en generación con claros fines pedagógicos y moralizantes. Suelen incluir milagros percibidos como sucesos reales pero que se encuentran enmarcados dentro del adoctrinamiento tradicional del lugar donde la leyenda se origina.
  Sabemos que el momento de contarlas era con la noche ya cerrada, cuando las cuadrillas se agrupaban  en torno al calor de las lumbres de las caserías. Era entonces la oportunidad para que los más viejos trasmitiesen su sabiduría, sus experiencias de vida, a los menos viejos y a los niños, permitiendo con ello, quizás de manera inconsciente, la transmisión a la posteridad de los elementos más genuinos de la cultura popular.

   El Barranquillo (o casería de La Virgen, como se le llamó después de aquel suceso) con su leyenda popular ya solo es un lugar sumido en la historia del olivar serrano. Dicen que aún, a la caída de la tarde, en los días de invierno, puede oírse la tenue y dulce vocecita de aquella niña llamando a sus padres, confundida entre los cantos de los mochuelos y los susurros de las lechuzas.


                                          Últimas horas de la tarde en la cañada del Barranquillo.
                                          Al fondo la cuenca del Yeguas. 



                                         Casería de los Caros, en las cercanías del arroyo del
                                         Barranquillo.


                                          El olivar serrano fue lugar propicio para la aparición
                                          de leyendas y narraciones populares.
                                          Marmolejo desde el pago de Aguilera.

viernes, 18 de noviembre de 2011

¿OKUPAS O ENGAÑADOS?

Corría el mes de Mayo, en aquella apacible y cálida tarde de primavera, la armonía y la paz reinaban en el Poblado. Todo se truncó de repente,  cuando en el horizonte vimos aparecer,  cual ejércitos devastadores  embriagados de poder, las hordas del CRISTOBISMO más despiadado y desenfrenado. Más que un mitin electoral, aquello fue, “la toma de San Julián”, con el caudillo al mando y su lugarteniente como brazo ejecutor en la aldea, había que sofocar aquel brote de rebelión surgido que amenazaba la estabilidad del  régimen establecido, la pérdida de su privilegiado “status” y dejar claro quién era el señor del castillo.
            Los  apacibles labriegos, tuvimos que aguantar aquel beligerante y arrogante discurso  en el que ellos mismos, los oradores, se enaltecían ante “lo mucho y bueno” que habían hecho por nuestra Aldea. Nos hablaron  de drogas y de inseguridad ciudadana,  de mala gente….,  en San Julián….., alguien pensó que se trataba de un error, que le habían cambiado los papeles, pero no, parecía ser que efectivamente el discurso era para aquí, puesto que al final, como colofón, el gran regalo, ¡la reapertura del bar!, el gran logro de la legislatura, eso sí, sin dar explicación alguna  acerca del procedimiento de adjudicación, todo se hizo de prisa y corriendo, con el más absoluto oscurantismo, a sólo unos días de las elecciones y es que para que su discurso funcionara, faltaban algunas piezas que encajar.
            Todos cuestionamos la legalidad de esta adjudicación, arrendamiento o llame se como se le quiera llamar,  se trata de una vivienda y local de titularidad municipal sin condiciones de habitabilidad al no disponer de suministro de energía eléctrica y de una familia, azotada por la crisis, sin recursos para poner en marcha la explotación del negocio, que ante la necesidad imperiosa de un techo, tuvo que aceptar la maquiavélica  propuesta, encontrándose en la actualidad en una situación de desamparo, sin luz y con un menor a su cargo.
            Alguien tendrá que dar una explicación a esta situación, porque aunque el caudillo cayó víctima de la rebelión del Pueblo, aquí, en la aldea, continúa su lugarteniente y resulta paradójico que habiendo por ahí casas de “protección oficial” vacías, estemos asistiendo a estos lamentables dramas familiares.

domingo, 13 de noviembre de 2011

HACER LAS COSAS BIEN NO CUESTA NI MÁS DINERO, NI MÁS TRABAJO.

En esta pasada semana hemos podido observar como por fin se ha visto satisfecha una histórica reivindicación de esta Asociación vecinal, cual ha sido,  la limpieza de todas nuestras vías públicas. Esperamos que estos trabajos continúen realizándose con una periodicidad que permita acabar con la imagen de suciedad y abandono habitual en nuestras calles, claro está, esto no va a ser posible si las cosas no se hacen bien y es que desgraciadamente este Poblado sigue marcado por la indolencia y la incompetencia premeditada de quien lo gobierna.
            No vamos a culpar a las operarias que con toda su buena fe han realizado su trabajo cumpliendo órdenes de la Autoridad competente, cuando han dejado en toda la Ronda Este los montones de la basura barrida,  lo lógico hubiera sido llevárselos en un contenedor porque, más pronto que tarde, esos montones de hojarasca y basura estarán esparcidos otra vez por toda la calle, además de que ningún vecino tiene que aguantar semejante fealdad y molestia delante de sus narices.
            Sr. Alcalde de San Julián, tenga usted claro que esto no es un cortijo ni un corral de vacas, sino un núcleo urbano, donde vivimos ciudadanos que pagamos nuestros impuestos y tasas municipales, no vamos a permitir que se sigan haciendo las poquitas cosas que se hacen de cualquier manera, aquello de “ándeme yo caliente y ríase la gente”, ya se le ha acabado. Limpie como es debido este Poblado, acabe con los vertederos periféricos que existen junto al parque infantil y al pilón de la Ronda Este y deje se de barrer únicamente “lo que ve la suegra”, porque aquí la única “mierda” que hay, con perdón de la expresión, es la que usted no limpia y eso está a la vista de todos.







viernes, 4 de noviembre de 2011

MEMORIA HISTORICA.

Francisco Reina Aguilar: un niño estepeño en las trincheras de Marmolejo.
Texto: Manuel Perales Solís
Fotos: Quino Castro
Coincidiendo con el 75 aniversario del golpe de estado del general Franco cuya consecuencia inmediata sería el estallido de la Guerra Civil, se publicó el pasado 7 de agosto, en el diario digital de la Sierra Sur sevillana,   un interesante artículo sobre la experiencia vivida por el estepeño Francisco Reina Aguilar en aquellos duros años de contienda cuando aún era un niño de 10 años. El citado artículo de carácter biográfico, salido de la pluma de la joven periodista Remedios Camero,  tiene el  suficiente interés como para ser conocido por los marmolejos/as, ya que Francisco Reina pasaría parte de la guerra viviendo con su padre en una de las trincheras de nuestra localidad tras de haber sufrido un particular calvario hasta llegar al Frente de Marmolejo, en la frontera entre la España republicana y la sublevada.
  Hacia Estepa me dirigí a comienzos de octubre; bulliciosa capital de los mantecados y reino de la hojiblanca. La cercanía de la casa de Francisco a la fábrica de una de las principales marcas de dulces, impregnaba el aire de un agradable olor a mazapanes y alfajores recién horneados. Allí pude mantener una amena conversación con este hombre afable y sencillo, de aspecto bonachón, junto a la grata compañía de su hija Asunción y de su yerno, que nos atendieron con exquisita amabilidad y cortesía. A este encuentro, casualmente, se unió,  algo más tarde, uno de los nietos de Francisco, que regresaba de fin de semana de la capital hispalense donde, me dijo, trabajaba en la Consejería de Educación como ingeniero informático. Evidentemente todo un orgullo para este anciano de 85 años que ha podido experimentar como sus sufrimientos y sacrificios vividos,  tuvieron la justa recompensa de un futuro más digno y prometedor para los suyos.
  El texto entrecomillado que sigue a continuación ha sido extraído del artículo de Remedios Camero, al que he añadido algunas aportaciones, en base a la conversación con Francisco y de mis investigaciones sobre el tema.
   “Cuando estalló la guerra (julio de 1936), la familia de Francisco se desplazó  a Málaga temiendo una pronta llegada de los nacionales a Estepa. Su padre Vicente Reina, trabajaba en el ayuntamiento republicano de Estepa, y su madre Brígida Aguilar, era costurera y cosía camisas para “los rojos”, al igual que otras muchas mujeres de la localidad; era una forma de ganarse unos ingresos”.
   Según su nieta Asunción,  Vicente Reina no era un hombre especialmente vinculado a partido político alguno, sino que obtuvo aquel trabajo  dada su condición de cabeza de familia con varios hijos a cargo y con una situación de absoluta necesidad por llevar unos ingresos a casa.   Tras la llegada a Málaga “Francisco Reina podría ser hoy uno de esos “niños de Rusia” que fueron enviados en barco por sus padres republicanos hasta aquel país huyendo de la guerra, porque había barcos cargando a estos niños en el puerto de Málaga, pero reconoce que no subió a ninguno porque le dio miedo. Cuenta que en Málaga vivían en el sótano de la fábrica de tabacos y que había gente evacuada por todas partes. Mucha gente en los refugios, en las calles, en las carreteras.
   Allí ha de vivir la toma de la ciudad por las tropas franquistas momentos de gran dramatismo para cuantos no profesaban simpatías con la causa del general Franco. Con la llegada del Cuerpo Expedicionario Italiano al mando de las tropas franquistas, en la ciudad cunde el pánico, por lo que las tropas republicanas y miles de civiles protagonizan una huida en masa hacia Almería por la carretera de la costa, una vía que no había sido cortada pero que estaba a merced de los bombardeos franquistas desde tierra, mar y aire. Se calcula que durante los varios días que duró este éxodo, más de cien mil personas pudieron desplazarse hasta la zona roja, y se sabe que durante el duro trayecto fueron duramente hostigados por la artillería de los buques nacionales Almirante Cervera, Baleares y Canarias, así como la fuerza aérea franquista. Varios miles de civiles murieron en este penoso capítulo que ha pasado a la historia como “la masacre de la carretera de Málaga-Almería. Estos acontecimientos ocurrieron entre el 17 de enero y el ocho de febrero de 1937.
   De todo ello tiene perfecta memoria Francisco Reina. Recuerda como si fuera ayer el bombardeo de la aviación contra puentes e incluso alcantarillas para cortar cualquier vía de escape y a la gente corriendo para ponerse a cubierto, así como a los barcos lanzando proyectiles desde la costa hacia la sierra de Málaga. En ese revuelo, en ese pánico, en esa huida de gente hacia todas partes y hacia ninguna, Francisco se perdió de sus padres, y al no saber qué hacer siguió andando, como hicieron miles de personas, hacia Almería, a donde llegó ocho días después tras recorrer a pie los 200 kilómetros que separan ambas capitales, en un viaje que, tal y como lo describe, hizo prácticamente llorando y contando a unos y otros que se había perdido, sin que nadie pudiera darle norte de dónde estaban sus padres y sin que nadie quisiera hacerse cargo de él”.
  Durante ese discurrir por campos abiertos, siempre con el mar de fondo, y avanzando  a la par que el resto de evacuados con una manta sobre su hombro y un palo de cañaduz, Francisco me refiere que sus zapatillas estaban ya desgastadas y cuando tocaba comer algo se agregaba junto a otras personas, evitando no causarles molestias, sólo para ver si buenamente podían darle algo que echarse a la boca y reponer sus debilitadas fuerzas. Un día encontró a su padrino, pero dadas las dramáticas circunstancias no quiso hacerse cargo de él. Una noche se acostó a dormir en la puerta de un cortijo junto a él pero cuando llegó el alba y despertó ya se  había marchado, quedando de nuevo en el más absoluto desamparo. Continuó su marcha siempre caminando en dirección a Almería con la ilusión  de volver a encontrar a sus padres.
   “Aunque Francisco confiesa que en aquellos inolvidables días pensó alguna vez que no volvería a ver más a sus padres, y cuenta también que supo años después que al caer la noche, su madre lo llamaba a voces pero la gente le mandaba callar porque nadie quería llamar la atención, ya que había mucho miedo. El ejército nacional, el día de la estampida, cortó la carretera de Málaga a Almería y su madre y hermanos quedaron del lado fascista, por lo que volvieron a Estepa cuando pudieron. Su padre, en cambio, logró continuar hacia Almería, aunque Francisco no lo sabía, y ambos llegaron a la capital almeriense con un día de diferencia.
  Por suerte, al segundo día de llegar, Francisco vio gente de Estepa y se arrimó a ellos, los cuales dieron también con Vicente, su padre, y los pusieron por fin en contacto. Desde entonces, febrero de 1937, y hasta que acabó la guerra civil en abril del 39, Francisco estuvo con su padre en Almería, Marmolejo (Jaén) y Murcia. Su madre, mientras tanto, regresó a Estepa que ya estaba tomada por los nacionales, y se encontró su casa ocupada por otras personas, por lo que tuvo que irse a vivir con sus padres. Así fue durante un tiempo, hasta que Brígida decidió que volvía a su casa, que para eso era suya, estuviera ocupada o no. Finalmente, después de un tiempo conviviendo todos juntos, propios y extraños, la familia ocupante se hartó y se marchó y su legítima dueña pudo recuperar su hogar”.
   Por su parte, Vicente fue llamado en Almería a filas en el ejército republicano, donde sirvió como soldado durante toda la guerra. Primero fue destinado al frente de Pozoblanco-Villanueva de Córdoba y hacia esta zona del Valle de los Pedroches se llevó a su hijo. Allí conocieron a un municipal que le ayudaba llevándose a Francisco a comer a su casa. Recuerda como su padre no quería buscar compromisos pero este buen hombre le decía: “como tengo cinco hijos, uno más no se va a notar”. Luego, al cabo de unas semanas, una vez que aquel frente quedó estabilizado, la brigada de Vicente fue trasladada a Marmolejo donde la situación también había quedado relativamente tranquila tras la famosa “campaña de la aceituna” impulsada por el general Queipo de Llano, en su afán de avanzar hacia Jaén, por el Valle del Guadalquivir y la campiña norte, durante los últimos días de diciembre de 1936.  A partir de ese momento los hechos de guerra más dañinos en nuestra localidad se concretarían en los bombardeos con obuses del ejército sublevado desde Porcuna (Jaén) y los efectuados por la aviación franquista entre  1937 y  1938, con el resultado de varias personas fallecidas.   
  Cuando llegaron a Marmolejo (probablemente hacia el mes de marzo de 1937), el padre fue destinado a un puesto de vigilancia en unas trincheras. Francisco no recuerda bien el lugar; es lógico si pensamos que aún tenía 11 años recién cumplidos y para él era un terreno totalmente desconocido. Sí recuerda, con meridiana claridad, que desde la salida del pueblo,  por la carretera de Andújar, marcharon andando hacia un cortijo cercano a las trincheras en donde los soldados harían vida en sus horas de descanso.
   El padre, temeroso de que no le dejasen entrar con un niño, le dijo a Francisco: “Tu te quedas aquí y cuando me veas llegar a aquel cortijo, al rato vas y te presentas”. Así lo hizo y sin ningún reparo el resto de milicianos lo aceptaron. A partir de ahí lo que vino fue una vida más o menos rutinaria y tranquila. “Francisco pasaba el día en las trincheras con su padre y los demás soldados, (según refiere, en número aproximado de 50), y sobra decir que allí era el único niño que había. Por eso mismo recuerda con una sonrisa “cuando repartían el rancho yo era el primero que comía”. Su padre le propuso en broma por aquellos días que si se quería volver a Estepa le hacía una bandera blanca atada a un palo para que él cruzara el campo en son de paz por si lo veía el enemigo, pero él aunque estaba deseando volver a su pueblo, dijo que no porque temía que el enemigo no tuviera en cuenta ni su edad, ni su bandera.
   De Marmolejo también recuerda una noche en que se metieron a dormir en un cortijo viejo y se cayó el techo de un apartamento donde dormían unos pocos, provocando aquel accidente la muerte de un soldado amigo de su padre y que también era de Estepa, y al que enterraron en la vecina Andújar”.
  Pero ¿en qué lugar estuvo ubicada esta trinchera en la que pasaron la guerra Francisco y su padre? Si tenemos en cuenta que Francisco refiere que desde las trincheras se divisaba perfectamente Andújar y el Santuario del Cabezo y que, incluso, muchos días se distraían viendo a lo lejos el avión de Pepe el Tranquilo  tirarle  provisiones a las familias y guardia civiles  refugiados en el Santuario, tendríamos con cierta seguridad acotada la zona. Estaríamos hablando de las partes más elevadas del pago de Ahumada, punto geográfico donde se dan las dos circunstancias que Francisco recuerda con precisión  y, además, allí cerca, se encontraba y se encuentra, hoy día, el cortijo  de Ahumada, y no muy lejos se otea la carretera de Andújar, otro dato que Francisco recuerda con claridad por el trasiego de guardias civiles y soldados que, dice, pasaban por una carretera cercana.
  Pero en relación a la ubicación de este cortijo en donde habitaban los soldados, y cuya techumbre se hundió una noche, aún me surgen algunas dudas derivadas de las imprecisiones en los recuerdos del Francisco niño. Por ejemplo: dice, que el cortijo se veía desde Marmolejo y que tenía olivos cercanos; que él marchó solo desde la salida del pueblo hasta el cortijo cuando vio llegar a su padre. Ello implicaría la posibilidad de que se tratase del Molino Quemado, única casería, por estos años, cercana a Marmolejo en la dirección de Andújar y con olivos próximos, según los recuerdos de Francisco. Desde ahí, a la zona de trincheras habría un trecho de más de un kilómetro y medio, y  los soldados lo andarían previsiblemente a través de toda la loma de olivos conocida como del “Molino Quemado” para llegar hasta los altos de Ahumada, en donde empiezan ya a otearse con suficiente nitidez el Santuario y la ciudad de Andújar.
  He de apuntar que en Marmolejo existieron, además, otros puntos en los que se realizó vigilancia con soldados durante los años 1937 a 1939. Junto a esta trinchera  donde Francisco pasó su niñez, fundamentalmente encargada de controlar el acceso al pueblo desde la carretera de Andújar, destacaron igualmente otros puestos de vigilancia sobre el cerro San Cristóbal y los altos de Ropero cuyo cometido consistió en controlar las posibles entradas de tropas enemigas a través del Valle del Guadalquivir. Finalmente se completaba el sistema defensivo republicano con la larga línea de  trincheras de casi dos kilómetros construida sobre el cauce del Guadalquivir, en su margen derecha, aguas  abajo de la huerta del Carmen, con vistas hacia la Aragonesa. Esta línea defensiva arrancaba desde las cumbres de los laderones de la casilla de Goyete, (donde aún se conserva una garita de vigilancia para controlar el paso del río por el antiguo vado de la Huerta del Carmen), y continuaba por las laderas de Los Algarbes y Boca del Río, para finalizar en los laderones del arroyo de los Caros, dando vistas al río Yeguas y al pago montoreño del Charco del Novillo.
  “Hacia 1938  el padre de Francisco pudo, al fin, escribir una carta a su mujer a través de la Cruz Roja, de manera que Brígida supo al fin que su marido y su hijo estaban vivos y juntos, ya que no había tenido noticias de ellos desde la estampida de Málaga. Probablemente hacia finales de ese año, licenciaron al padre y juntos marcharon a Murcia, ciudad que todavía estaba bajo mando republicano. Allí su padre se dedicó a la venta de productos que compraba en la huerta murciana mientras que él, ya con 12 años, hacía recados y ayudaba a la señora de la familia que los acogió desinteresadamente en su casa. Dolores Díaz Ayala y Antonio Martínez González eran los nombres de las dos personas que, generosamente, acogieron a nuestros dos protagonistas en su casa y para los que Francisco sólo tiene palabras de agradecimiento.
  Una vez finalizó la guerra, volvieron a Estepa en tren hasta La Roda de Andalucía. Su padre no tuvo miedo de volver, pero lo cierto es que nada más llegar, lo metieron preso un tiempo. Él que era ya un muchacho, escuchaba a los muchachos murmurar “ese es el rojillo, el que estaba perdido”, cuando lo veían pasar. Pero poco a poco las aguas fueron volviendo a su cauce, su padre salió de prisión y aunque nunca volvió a trabajar en el Ayuntamiento, se ganó la vida junto a su madre con un puesto en la plaza de Abastos de Estepa. Vicente y Brígida tuvieron dos hijos más, y la normalidad comenzó a recuperarse poco a poco”.