Breve
biografía de Antonio Machado
y
Lectura
de Juan de Mairena.
“Por mucho que el hombre
valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.
(Juan de Mairena, Antonio
Machado).
“Generación del 98”.
Este término lo utiliza por primera vez Azorín, (José Martínez Ruíz), en
1913 para referirse a un grupo de escritores amigos. Afines a un periodo de
unos quince años, a finales del siglo diecinueve. Entre los más destacados:
Unamuno 1864, Valle Inclán 1866, Pio Baroja 1872, Azorín 1873, Ramiro de Maeztu
1875 y Antonio Machado 1875. El más
joven de su generación.
Una generación de escritores a la que “les dolía España”. La frustración
política de finales de siglo, las derrotas militares y perdidas de las últimas
colonias. El terrible atraso
cultural y la pobreza, el hambre del pueblo.
“Sentían
España”, desde una postura ética, comprometida, escéptica, pesimista… desde
una visión crítica, un leguaje llano y natural. Iniciaron un cambio literario.
En este contexto nace Antonio Machado en 1875. Segundo, de ocho hijos que dio a luz
Ana Ruíz, su querida madre. Antes había nacido Manuel. Criado en Sevilla, entre
la confitería de su madre y el despacho de abogado, investigador y folclorista,
de su padre. Su casa, alquilada, (propiedad de los Duque de Alba), el “palacio de las Dueñas”. Fuentes,
limoneros, patios andaluces, vecinos y familiares son los recuerdos de su
infancia, que refleja en sus primeros escritos.
Vivió en Madrid más de veinte años. Educado
en la “Institución Libre de Enseñanza”. Gran amigo y admirador de Giner de los
Ríos y de sus maestros. Entonces le dedicó esta: “Elegía a Giner (1915).
“Allí el maestro un día
soñaba, un nuevo florecer de España”.
De vida bohemia, entre Madrid y Paris. La
ruina económica de su familia, (antes y después de la muerte de su padre con
cuarenta y siete años; en 1893), Antonio entrega a imprenta su primer libro: “Soledades” en 1902.
Aconsejado por Giner de los Ríos, prepara y
aprueba oposiciones a profesor de
francés en Institutos de Segunda Enseñanza. Elige la plaza de Soria, donde
estaría cinco años. Allí se hizo “maestro de pueblo”, se enamoró de Castilla,
de lo “castellano”…además de Leonor su
gran amor, una niña de trece años, (el tenia treinta y dos). Esperaron dos
años, a la edad legal, para casarse…y contra todo pronóstico fueron muy
felices, según todos los testimonios de amigos de la época. Tres años después
muere Leonor.
El tiempo pasado en Soria le hace madurar
como escritor. Pasa de las etapas “modernista”, “simbolista y bohemio” a un
hombre diferente:
…”cinco años en Soria, orientaron mis ojos y mi
corazón hacia lo esencial castellano….Ya era, además, muy otra mi ideología”.
Escribe
en 1917. Y así queda reflejado en su
libro “Campos de Castilla”.
Antonio, desesperado por la prematura muerte
de Leonor, pide el traslado a Madrid, pero la única plaza vacante está en
Baeza. Allí ejerció de profesor de Gramática Francesa, en la Universidad. Penó solitario, su mirada indignada se
radicalizó. Solo le distraían los largos paseos por la Sierra de Cazorla y
Segura. Entabla amistad con Federico García Lorca y se adentra en sus raíces
folclóricas. Fruto de ese tiempo y vivencias
es el libro “Nuevas Canciones”.
Estudia Filosofía y Letras. Aprueba la carrera, y con ese nuevo título
en 1919, después de siete años en Baeza, se va a Segovia.
En Segovia, “ligero de equipaje”, llega a tiempo de participar en la creación
de la Universidad Popular, cuyo objetivo era: la instrucción gratuita del pueblo segoviano. La cercanía de Madrid
le hace participar en diarios y revistas, tertulias, además de recuperar la
actividad teatral con su hermano Manuel. En
1927 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española.
En
1928, Pilar de Valderrama irrumpe en
su vida. Pilar, mujer de la alta burguesía madrileña, casada y con tres hijos,
escritora de algunos libros de poemas…. deseaba: “Una casta relación de amistad profesional con el poeta”… Durante casi nueve años fue musa y
oscuro objeto de deseo de un “rejuvenecido poeta”, que la inmortalizo con el
nombre de “Guiomar”, en sus versos y
escritos.
El gobierno republicano, en 1931, le concede
la Cátedra de Francés en Madrid.
Sigue viéndose, en secreto, con su “musa
Guiomar”. Le encargan la organización
del “Teatro Popular”. Escribe menos poesía y más prosa. Creo entonces,
sus dos apócrifos más conocidos, los
maestros y pensadore: Juan de Mairena y Abel Marín. Su “Yo”
filosófico.
El “bienio negro”, las privaciones, el
inicio de la guerra civil, su significación y delicada salud, hacen que sus
ilustres colegas Rafael Alberti y León Felipe, le aconsejen que abandone
Madrid.
La localidad elegida fue Rocafort (Valencia). En ella
estuvieron, él y su familia, unos dieciséis meses, entre los años 1936 y 1938.
A pesar de la edad, y su cada vez más deteriorada salud, estuvo muy activo
cultural y políticamente.
Las tropas fascistas se aproximan. Y, ante
el peligro de que Valencia se quede aislada los Machado se trasladan a
Barcelona. Estuvieron alojados en un lujoso palacete de la duquesa de
Moragas; sin carbón, “sin tabaco” y apenas alimentos…
A principios del 1939, ante la inminente
ocupación de la ciudad, el poeta y su familia abandona Barcelona hacia Francia.
Un vehículo de sanidad les trasladó a medio Km. de la frontera. Una ruta
colapsada, por la huida en caravana, de cientos de miles de españoles,
desterrados de su patria, perseguidos y amenazados.
Entre lluvia y nieve ascienden la montaña
hasta Cerberè, donde duerme esa noche, su última noche en España, en un
vagón, en una vía muerta de esa
estación.
Un
tren, a la mañana siguiente los llevaría a Colliure
(Francia). La tarde del veintiocho de Enero se hospedan en el hotel Bougnol-Quintana.
Antonio Machado murió el veintidós de
Febrero de 1939. Su madre,
tres días después, fue enterrada junto a su hijo en el cementerio de esa
pequeña ciudad francesa Colliure. Allí
permanecen sus restos. Allí florecen sus semillas.
P.D. Con fecha de 5/5/1941 el régimen del general
Franco, lo expulsa “pos morten” del Cuerpo de Catedráticos de Instituto. Hasta
1981 no fue rehabilitado como profesor
del Instituto Cervantes. Del mismo modo, pero esta vez por un gobierno
democrático.
Su obra…
Max Aub, en su análisis literario elemental
plantea que: si Unamuno representó “el
modo de sentir” y Ortega “el modo de
pensar”, Machado representa “un modo
de ser”; la extirpe sencilla, la sencilla bondad, el vigor intelectual y la
sincera melancolía.
“Soledades”
y “Campos de Castilla” son sus
obras más conocidas e importantes. De la etapa más madura, más filosófica,
destaca su “Juan de Mairena”. A
estos personajes apócrifos los hace hablar “su yo personal”, con reflexiones,
pensamientos, sentencias y saber popular, con el gracejo de los maestros de
pueblo. Su gran vocación
Además de los citados, tiene escritos varios
libros de poesía y prosa. En teatro colaboró, en casi todas las obras, con su
hermano Manuel. También hizo adaptaciones al teatro de autores clásicos
Algunas de sus poesías de su libro “Cantares” han sido popularizadas,
conocidas por el pueblo a través de la música. Es el caso del disco que Joan Manuel Serrat gravó: “Dedicado a Antonio Machado, poeta” (1969).
En este L.P. hay canciones que se han convertido en auténticos himnos:
“Cantares”, “la saeta”, “españolito”,
“a un olmo seco”, “he andado muchos caminos”…
La “Escuela de Adultos “Clara Campoamor”, después de la visita a su
tumba en Colliure (Francia), el 22 de Octubre del 2011, quiere, queremos profesores y alumnos, revivir su
obra.
Reivindicar
su memoria en este 75 aniversario de su muerte. Como a él le hubiera
gustado: trabajando la crítica, la
cultura, el pensamiento desde la Escuela Pública.
Con
él recordamos los valores de la República, de la Democracia, a tantos “hombres y mujeres buenos”, cultos y comprometidos que murieron, aquí y en el
exilio, por los derechos y libertades del pueblo.
Mariano Jurado
Arcos, Aldaia 11 de abril
de 2014.
Lectura de Juan de Mairena
“De
ningún modo quisiera yo –habla Juan de Mairena a sus alumnos– educaros para
señoritos, para hombres que eludan el trabajo con que se gana el pan. Hemos
llegado ya a una plena conciencia de la dignidad esencial, de la suprema
aristocracia del hombre; y de todo privilegio de clase pensamos que no podrá
sostenerse en lo futuro. Porque si el hombre, como nosotros creemos, de acuerdo
con la ética popular, no lleva sobre sí valor más alto que el de ser hombre, el
aventajamiento de un grupo social sobre otro carece de fundamento moral. De la
gran experiencia cristiana todavía en curso, es ésta una consecuencia
ineludible, a la cual ha llegado el pueblo, como de costumbre, antes que
nuestros doctores. El divino Platón filosofaba sobre los hombros de los
esclavos. Para nosotros es esto éticamente imposible. Porque nada nos autoriza
ya a arrojar sobre la espalda de nuestro prójimo las faenas de pan llevar, el
trabajo marcado con el signo de la necesidad, mientras nosotros vacamos a las
altas y libres actividades del espíritu, que son las específicamente humanas.
No. El trabajo propiamente dicho, la actividad que se realiza por necesidad
ineluctable de nuestro destino, en circunstancias obligadas de lugar y de tiempo,
puede coincidir o no coincidir con nuestra vocación. Esta coincidencia se da
unas veces, otras no; en algunos casos es imposible que se produzca. Pensad en
las faenas de las minas, en la limpieza y dragado de las alcantarillas, en
muchas labores de oficina, tan embrutecedoras... Lo necesario es trabajar, de
ningún modo la coincidencia del trabajo con la vocación del que lo realiza. Y
este trabajo necesario que, lejos de enaltecer al hombre, le humilla, y aun
pudiera degradarle, el que debe repartirse por igual entre todos, para que
todos puedan disponer del tiempo preciso y la energía necesaria que requieren
las actividades libres, ni superfluas ni parasitarias, merced a las cuales el
hombre se aventaja a los otros primates. Si queda esto bien asentado entre
nosotros, podremos pasar a examinar cuánto hay de supersticioso en el culto
apologético del trabajo. Quede para otro día, en que hablaremos de los
ejércitos del trabajo”.
“Escribir
para el pueblo –decía mi maestro– ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir
para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos, claro está, de lo que
él sabe. Escribir para el pueblo es escribir para el hombre de nuestra raza, de
nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas inagotables que no acabamos nunca
de conocer. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España;
Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de
la palabra. Por eso yo no he pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de
saber popular. Siempre que advirtáis un tono seguro en mis palabras, pensad que
os estoy enseñando algo que creo haber aprendido del pueblo”.
Antonio Machado-Sevilla
(26/07/1875), Colliure (22/02/1939).