“El joven que fue a Granada”
Hace ya muchos años, más de cien, un joven de Marmolejo, hijo de un próspero ganadero, tuvo que ir a Granada para llevar un rebaño de ovejas. En aquellos tiempos estos desplazamientos se realizaban a pie a través de viejas cañadas o caminos de carne. El joven, no muy sobrado de luces, y con tendencia a la fanfarronería, tenía el encargo de su padre de llevar hacia la provincia de Granada, en compañía de un pastor, más de doscientas ovejas que habrían de pastar durante dos meses por aquellas serranías.
Era la primera vez que este muchacho iba a salir a un lugar tan distante y alejado de su casa, pero, aún así, estaba muy ilusionado por realizar aquel largo viaje, pues jamás había visitado una ciudad con los atractivos y encantos de Granada, de la que le habían referido auténticas maravillas otros viejos pastores y ganaderos marmolejeños.
Después de haber realizado el encargo de su padre, el muchacho regresó a Marmolejo, y altamente impresionado por lo que había tenido ocasión de presenciar, no paraba de dar explicaciones a los vecinos y amigos que encontraba a su paso, incluso parecía tener afectada la cabeza, pues no recordaba, si quiera, que su casa estaba en la calle Nueva. Tuvo que preguntarle a un vecino de esa calle que ¿por dónde vivían sus padres?, pues al parecer, o se le había olvidado, o se hacía el despistado para darles la impresión de que su ausencia había durado varios años.
Todo lo que relataba a sus vecinos eran referencias maravillosas y sorprendentes sobre Granada. Un día que se encontraba en “El Losao”, compartiendo conversación con varios jornaleros que buscaban trabajo, intentó sorprenderles con las siguientes explicaciones: “Granada está muy lejos, que en el andar no hay engaño; por las noches no hay estrellas, y se alumbran con un garrote”.
Las conclusiones a las que había llegado el joven ganadero tardarían en ser entendidas por sus paisanos. Fue finalmente su padre, hombre honrado y cabal, quien desvelaría las claves de aquella parrafada, ante el asombro de los presentes: la lejanía de Granada quedaba fuera de dudas pues el viaje se realizaba andando por penosas trochas y cañadas; la ausencia de estrellas durante las noches se debía a que en los días que el muchacho visitó la ciudad, el tiempo era nublado y lluvioso; por último, y más sorprendente aún, lo de alumbrarse con un garrote, quedaba aclarado por la forma con que los operarios municipales encendían las farolas, es decir sirviéndose de un palo largo al final de cual pendía una mecha.
“El apego al trabajo”
Una vez mandó un hombre a dos jornaleros a limpiar un campo de avena plagado de hierbas en el pago de Ribera. Como parece ser que estos eran de los que suelen poner ciertos reparos al trabajar, nada más llegar al lugar indicado por el dueño, comenzaron a observar la situación de aquel sembrado. Al comprobar lo laborioso que les resultaría dejarlo límpio de tantas malas hierbas convinieron en no hacer nada, dando así por terminada aquella jornada tras de obtener unas sabias conclusiones sobre los diferentes tipos de hierbas de aquel terreno: -“La pamplina, pa la gallina; la albejana, pa la marrana; la avena pa paja es buena; el carretón pa el lechón, y el vallico, pa el borrico. Así es que -dijeron- aquí somos nosotros los que sobramos”. Y al momento marcharon para su casa dando por concluida aquella jornada.
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