El ombligo
OCTAVIO Salazar Benítez
11/11/2013. DIARIO CÓRDOBA.
Escribo estas líneas cuando aún no se ha celebrado la conferencia política
de un PSOE que pasa sin duda por sus peores momentos. A la expectativa de
cuáles puedan ser las ocurrencias que dicho cónclave nos depare, debo confesar
que a estas alturas no espero mucho de un partido que lleva años hundido en sus
propias miserias. Una situación dramática para la salud democrática de este
país y , muy especialmente, para los que deseamos encontrar un referente al que
agarrarnos y que nos permita confiar en una manera distinta de gestionar lo
público.
Aunque estos días se ha insistido mucho en que el problema del PSOE es la
falta de liderazgo y de ideas, yo diría que más bien su problema es de ombligo.
Lo cual nos remite a la raíz honda que explica la desafección de la ciudadanía
no con la política sino con una clase política que hace tiempo se instaló en
una torre de marfil y creó un lenguaje que dista mucho del que se habla en la
calle. Además del desconcierto que el actual momento económico ha supuesto con
carácter general para una izquierda que ha visto limitadísimas sus
posibilidades de maniobra, el gran problema del PSOE ha sido y está siendo su
progresivo ensimismamiento, su desconexión de las verdaderas preocupaciones de
la ciudadanía, el excesivo regodeo en sus propias sombras y la ausencia de
mujeres y hombres capaces de ser constructores de alternativas y no meros
transmisores de eslóganes. El partido ha sido incapaz de cerrar capítulos, de
poner fecha de caducidad a líderes amortizados y de iniciar un nuevo relato de
la mano de políticos/as que, ahora más que nunca, entiendan que su dedicación
pública es un servicio y no una profesión. Un mal que el partido sufre desde la
raíz, es decir, desde los ámbitos locales en los que los ciudadanos
contemplamos con estupor como el timón es llevado por personajes sin oficio
conocido y con una altura intelectual y profesional que los invalidaría
directamente para cualquier otra actividad pública lejos del pesebre. Si a eso
añadimos la complicidad, por acción u omisión, de todos los que, por ejemplo en
Andalucía, se han beneficiado y se benefician de las clientelas generadas,
tenemos el cóctel perfecto para alimentar la parálisis y un estado reaccionario
que tan mal casa con el que debiera ser el espíritu de un partido progresista.
A esta altura del drama que estamos viviendo, y que no es sino resultado
del desmantelamiento del Estado social y de la precariedad progresiva de unas
conquistas que pensábamos irreversibles, los ciudadanos estamos hartos de
discursos disfrazados de ideas, de representantes más preocupados por las
luchas internas que por la búsqueda de alternativas, de estructuras
oligárquicas que hacen lo contrario de lo que predican. Baste con recordar el
simulacro de primarias andaluzas que hace que muchos dudemos de la virtualidad
de un mecanismo que, aún debiendo ser la regla en cualquier partido
democrático, puede convertirse en la práctica en un pretexto más para que el
debate interno se centre en las tensiones entre candidatos
"inteligentes" y "tenaces" --hay que ver cuánto le sigue
costando al patriarca reconocer la inteligencia de las mujeres--, en lugar de
afrontar el verdadero reto. El que debería marcar las sendas por las que
transitaría una izquierda que anda desnortada en este mundo globalizado y que
parece haber perdido la brújula de sus movimientos que no debiera ser otra que
la igualdad. Todo lo que no lleve a ese objetivo estará condenando de nuevo al
PSOE a seguir cuesta abajo y sin frenos, para alegría de un PP crecido y
desgracia de unos votantes huérfanos. Un círculo vicioso del que los
socialistas no saldrán hasta que dejen de mirarse el ombligo y alcen la vista
para mirar de frente a una ciudadanía que asiste herida al triunfo del mercado
sobre la política.
* Profesor de Derecho Constitucional de la UCO.
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