DESCUBRIENDO NUESTROS CAMPOS:
En nuestra sierra olivarera
encontramos numerosos lugares que en su día fueron activos centros de actividad
agroindustrial; propiedades olivareras,
con bellas caserías, casillas y molinos
de aceite convertidos en núcleos de gran vitalidad económica a lo largo de todo
siglo XIX y principios del XX. En torno
a estos lugares se desarrolló gran parte de la vida y las actividades de
nuestros antepasados y un “modus vivendi” peculiar condicionado por unas formas de producción y relaciones sociales,
en muchos aspectos precapitalistas, que dejarían profunda huella en la forma de
ser, vivir y sentir de muchos/as marmolejeños/as de antaño, pues difícilmente habrá familia marmolejeña que entre sus
ancestros no haya tenido a alguien que viviera, trabajara, y se relacionara con
sus paisanos, en los parajes del olivar serrano durante largas temporadas a lo
largo de esos dos siglos. Algunos incluso, con total probabilidad, conocerían a
su media naranja cuando se
empeñaban durante el invierno en las tareas agrícolas de las populosas y
animadas “cuadrillas”, mientras recolectaban las aceitunas del señor marqués,
conde o nuevo burgués hacendado. En ese mismo ámbito de trabajo y, como no, en
los ratos de asueto tras las duras jornadas,
al cobijo de las caserías, no me cabe duda que surgieron de manera
espontánea muchos de los valores
sociales y culturales que acabaron con el tiempo definiendo nuestro acerbo
cultural y nuestra propia idiosincrasia.
El análisis de esta realidad que
nos ocupa también nos va a permitir otear toda una galería de personajes, pertenecientes a los distintos estratos
sociales, que vinculados en algún momento, y por motivos diferentes, a estos
lugares, forman ya parte importante de
nuestra historia local.
Un paraje que resulta
especialmente interesante en referencias
de tipo histórico dentro de la geografía del olivar serrano son las Casillas Blancas del Marqués,
emplazadas en la zona denominada de las Cavas del pago de Cerrada, lugar dedicado al cultivo de la vid, (de ahí
su nombre), desde mucho antes de convertirse en plantación olivarera en los
años finales del XVIII. A ellas me voy a referir a continuación como un
capítulo más de lo que en su día pretendo que sea un trabajo más amplio sobre la vida en el campo en los
siglos XIX y XX, con pretensiones de ser publicado.
Este lugar presenta una orografía
de perfiles quebrados, pero suaves, y un clima benigno; se enmarca dentro de un
pago olivarero comprendido entre el valle del Guadalquivir y Sierra Morena,
concretamente en el límite sur-occidental de la Loma de la Marquesa, allá en
sus confines, lindando con lugares tan renombrados como las laderas de los
Algarbes (incomparable atalaya sobre el Guadalquivir y lugar generoso para la cría del espárrago
silvestre) o las casillas de Torta y de Panduro, ambas pertenecientes a familias de pequeños propietarios emparentadas
encomendadas al cultivo del olivo en el cerrado valle que por aquí forma el río
antes de marchar hacia tierras cordobesas.
Dentro de la finca a la que dan nombre, aún sobreviven chaparros
centenarios (testigos del antiguo paisaje adehesado) en medio de las camadas de
olivos y entre la vegetación de sus lindes, destacando por su especial belleza
la linde suroeste desde donde se contempla el profundo valle labrado por el
Guadalquivir. Merece una mención su viejo pozo
rodeado de higueras, rincón
antaño de gran belleza pero muy deteriorado en nuestros días por los efectos de la erosión que sobre la
cañada donde se ubicaba, han ido generando
los usos indiscriminados de herbicidas que, paulatinamente, fueron esquilmando
las bellas y frondosas praderas que vestían la sierra olivarera acelerándose e
incrementándose los efectos devastadores de las escorrentías; aquí los caseros
mantuvieron huertos que regaron con el
manantial del pozo; esta práctica fue habitual en las caserías del olivar
serrano donde fueron frecuentes los cultivos de hortalizas para el sustento de
las familias de jornaleros y caseros, aprovechando las aguas de pozos y alcobillas cuidadas con extremado mimo
para garantizar su higiene y potabilidad a lo largo de todo el año.
La casa principal, cercada de tapias por
todos sus flancos, constaba de cocina, con amplia chimenea, dos habitaciones,
cuadra, pajar, patio y un pozo con abrevadero según se describe en una
escritura de compraventa de dos de julio de 1968. Completaban este conjunto tres casillas para
jornaleros adosadas al muro protector dando fachada a la vivienda principal.
Panorámica de las "Casillas del Marqués" desde las lomas
del Recoche.
Esta
casería no disponía sin embargo de molino aceitero y previsiblemente las
aceitunas de la finca se trasladaban para su molturación a caserías cercanas como
la Marquesa, Boca del Río, Olalla, o el Cañuelo, todas ellas dotadas de
almazaras con viejos molinos de viga.
Hemos de lamentar, como no, la pérdida
de un espacio entrañable denominado “La cruz del Chaparral”, ubicado en la esquina suroeste del muro de
mampostería que cerraba por completo el recinto de la casería. Se trataba de una especie de merendero con
bancos de piedra, sombreado por pequeños chaparros, en el que el motivo
fundamental era una cruz de mármol blanco, de pequeñas dimensiones incrustada
en un sillar esquinero del muro. La mandó poner allí uno de sus últimos dueños,
Francisco Quero Santiago, para realizar
sus propios rezos en las temporadas en que vivía en la casería,
según el testimonio de José Alférez
Alcalá, joven lugareño residente en esos años con su familia en la cercana
casilla de Goyete, junto a la Huerta del Carmen, que trabajaba eventualmente en
las Casillas (1). De este muro periférico, de funciones evidentemente
protectoras contra los robos y saqueos de partidas de facinerosos, y al que se
adosaban estancias para los animales (fundamentalmente cuadras y zahurdillas),
solo se conserva un tramo en el flanco de la puerta de los almendros.
Curiosamente este singular elemento arquitectónico será recurrente en muchas caserías
de la serranía olivarera, sobre todo las edificadas en la primera etapa de las
plantaciones de olivos a finales del XVIII y principios del XIX, siendo, en
este sentido, uno de los exponentes más claros la desaparecida casería de
Aguilera, en los límites del olivar con Sierra Morena, y la casería del Ecijano.
José Alferez Alcalá, trabajó de peón en
las "Casillas del Marqués", a cargo del
arrendatario Eufrasio.
Antecedentes de la explotación olivarera serrana:
El inicio como explotación olivarera de
muchos de estos predios hay que rastrearlo en los procesos desamortizadores
acometidos por los sucesivos gobiernos liberales desde mediados de siglo XIX e
incluso, mucho antes, con las primeras desamortizaciones emprendidas a fines
del XVIII (1798) por el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy, sobre
los bienes rústicos y urbanos de
las Capellanías, Cofradías, Obras Pías y
Patronatos de Legos, en un intento a la desesperada de buscar recursos financieros para la Corona
(2), evitando con ello tener que recurrir a los empréstitos de los banqueros.
Pero probablemente, en el caso de
la mayoría de estas dehesas dedicadas a
pastos y ganadería extensiva, serían sus antiguos dueños, fundamentalmente de
clase noble y caballeros hijosdalgos, quienes comenzaran la plantación de los
olivos en zonas dedicadas a monte bajo,
encinas o viñedos. La vejez de los pies
de los olivos de la zona nos delata que gran número de explotaciones olivareras
debieron de plantarse hace ya dos siglos y medio.
También, las desamortizaciones de tierras
decretadas desde mediados del XIX, (sobre todo la del ministro
Madoz), acabaron transformando, a medio y largo plazo, el paisaje adehesado de
las fincas pertenecientes a los bienes de propios del Ayuntamiento (caso de las
dehesas del Hormazal, Cerrada, y finca de la Virgen en el pago de la
Aragonesa), en paisaje agrícola olivarero en manos de nuevos propietarios,
fundamentalmente foráneos y pertenecientes a una nueva clase de burgueses deseosos
de invertir capital a la búsqueda de beneficios en unas tierras baldías pero aún vírgenes desde
el punto de vista agrícola.
Otros muchos predios de cultivo de la serranía olivarera y del término
municipal de Marmolejo fueron a parar a titularidad de varias familias nobles
castellanas: condesa de la Vega del Pozo, marqués de Velamazán, marqués de la
Motilla etc; andaluzas, como los condes
de Villaverde, de Antillón y marqués de Grañina, etc; o de procedencia más cercana como el caso de familias nobles de origen andujareño, a saber:
conde de Gracia Real, marqués del Cerro, conde del Prado, marqués de
Torremayor, marquesa de Santa Rita etc. (3), si bien hay que apuntar que esta
nobleza andujareña ya poseía inmensas propiedades rústicas desde mucho antes de
los decretos desamortizadores. También, en menor medida, diversas instituciones de carácter religioso
(cofradías, capellanías) o piadoso (hospicios, casas de misericordia, expósitos,
obras pías, etc.) dispusieron de propiedades esparcidas por nuestro actual término municipal que con el
tiempo acabaron en manos privadas.
El Concejo Municipal de
Andújar, a través de su Junta de Propios,
administró a lo largo del XVIII, para uso y disfrute de los vecinos de Andújar
y del Lugar de Marmolejo, los pastos y leñas de las tierras pertenecientes al
común ubicadas en el pago de Cerrada e
integradas por diversas dehesas encerradas entre el Guadalquivir y Sierra
Morena, así como la extensa dehesa del Hormazal
(superficie de más de 1500 hectáreas) que limitaba al norte y oeste con el río
Guadalquivir, y al sur y este con el antiguo camino de los Granadales (o del
Barco) y el Navazo (actual calle Zapateros).
Esta dehesa del Hormazal y
algunos predios no desamortizados del pago de Cerrada pasaron a formar parte en el siglo XIX de los bienes de propios del
Concejo Municipal de Marmolejo, una vez consumado el proceso de independencia
respecto al Concejo de Andújar en 1791. Pero,
finalmente, tanto la Dehesa del Hormazal
como las tierras de disfrute comunal de Cerrada, pasaron también a manos
privadas. En el caso del Hormazal, según refleja su actual división parcelaria,
la venta debió de realizarse en pequeños y medianos lotes de tierra de cuya
compra se beneficiarían fundamentalmente
vecinos de la localidad. Sólo el Baldío continuó conservando, por tanto,
el carácter de “Bienes de Propios” de la municipalidad.
Sabemos que los pastos de la
Dehesa del Hormazal, antes de pasar a manos privadas se arrendaban a los
ganaderos que lo demandaban, muchas veces de origen transhumante, como queda
reflejado en este contrato de arrendamiento de pastos conservado en el Archivo
Histórico Provincial de Jaén: “En la villa de Marmolejo, a 16 de marzo de 1802,
estando después de vista la primera estrella en las Casas Capitulares y de
Ayuntamiento, a saber: “Don Gabriel
García y don Juan Manuel Vizcaíno, Alcaldes Ordinarios; don Matías de Gámez y don Acisclos Serrano de
Lara, Síndico personero de su común. Reunidos como individuos de Justicia y
Junta de Propios de esta Villa se presentó en 7 del presente, Antonio Jiménez,
vecino del lugar de Selas, en el señorío de Molina, mayoral del ganado
transhumante de doña Manuela Martínez Crespo, viuda de don Sebastián Martínez ,
vecina del mismo lugar, haciendo arriendo de los pastos de la Dehesa del
Hormazal, alaja de estos caudales de Propios, por cuatro años que habían de
principiar a correr desde el día del señor San Miguel de este año, hasta el día
15 o 20 de marzo de 1806 en que cumplía el último de los cuatro años, dando en
cada uno 2000 reales de vellón en dinero efectivo y en una sola paga el día de
San Miguel de cada año en que ha de verificarse la entrada del ganado…”(4).
En general podemos decir que durante el
transcurso del siglo XIX, sobre todo con el reinado de Isabel II y de su hijo
Alfonso XII, gran número de burgueses beneficiados con la venta de tierras,
obtuvieron de la corona títulos nobiliarios cuya nomenclatura la adoptaron del
nombre del dominio territorial que poseían culminando así un disputado proceso
de ennoblecimiento. Junto a ellos los titulares de las antiguas casas nobles
andaluzas y castellanas, aprovecharon la oportunidad brindada por los decretos
desamortizadores para acrecentar, aún más, sus antiguos patrimonios rústicos
adquiriendo tierras para cultivo de
plantas de olivar a buenos precios. Unos
y otros acabaron construyéndose en estas nuevas haciendas, buenas caserías
donde residir durante sus estancias de temporada, con las mismas comodidades
que disfrutaban en la ciudad, rodeándose, eso sí, de una corte de “vasallos”,
conformada por sirvientas, caseros, y
braceros en general, que durante años estuvieron a su servicio y constituyeron
la mano de obra barata de estos grandes latifundios.
El marqués del Cerro:
Pero retornando a la propiedad olivarera que
nos ocupa, he de apuntar que los datos registrales más lejanos sobre las
Casillas del Marqués, apuntan hacia los antepasados del cuarto marqués del
Cerro de la Cabeza, José Carlos Velluti
y Tavira personaje de la alta aristocracia andujareña nacido en esa ciudad
en 1831, que poseía igualmente los títulos de marqués de Montalvo, de Falces, y
de Torreblanca, heredados de su abuela materna, María Antonia Montalbo Dávila. Fue senador
vitalicio por la provincia de Valladolid entre 1864 y 1884 y concejal en el
Ayuntamiento de Madrid, siendo, además, caballero maestrante de la Real
Maestranza de Caballería de Granada y gentilhombre de cámara del rey.
José Carlos Velluti y Tavira,
cuarto marqués del Cerro.
A pesar de sus dos matrimonios,
el primero con la granadina Eloísa Entrala Perales (1832-1890), y el segundo
con María del Pilar Dueñas y Tegedo,
José Carlos no dejó descendencia por lo que ambos títulos pasaron, al sobrino
del marqués, José María Velluti
Zbinowsky.
Hacia 1860 el marqués del Cerro estaba comprendido entre los 54 mayores
contribuyentes de Andújar tal como apunta el historiador Luis Pedro Pérez García, con bienes raíces
repartidos en los términos de Andújar, Mengíbar, La Higuera y Marmolejo. En
concreto en Marmolejo poseía 651 fanegas de tierras calmas; 65 de regadío en la
finca de Villalba dedicadas a huerta y frutales (con gran cantidad de granados),
regados con las aguas del Guadalquivir,
en donde había construido una pequeña represa y disponía de un molino harinero;
461 fanegas de monte y una cifra cercana a 10.000 olivos esparcidos por
diversos parajes del término municipal en fincas como Villalba, Torrecillas,
Dehesa del Rincón, Molino Quemado y Casillas del Marqués. La mayoría de estos
bienes provenían de la herencia de su abuelo materno José Francisco Tavira y
Velluti, tercer marqués del Cerro, y alcalde constitucional de Andújar, en
1812.
Mª del Pilar Dueñas y Tegedo, condesa
de Tavira, segunda esposa del marqués
del Cerro.
El matrimonio del marqués con su segunda mujer
María del Pilar Dueñas, celebrado en 1895, duró solo unos meses pues al año
siguiente, el marqués del Cerro fallecía en su casa de Madrid. Desde entonces
Pilar Dueñas se convierte en marquesa viuda de Falces, heredando un enorme
patrimonio, no sólo en bienes inmuebles sino de títulos financieros, que utilizaría para la práctica de las obras
de caridad, hábito que le mereció el título pontificio de condesa de Tavira y
la Gran Cruz de la Beneficencia otorgada por el Rey Alfonso XIII en 1924. En
1911 la marquesa viuda de Falces se encontraba también entre las principales
accionistas del Banco de España, disponiendo de un número considerable de estos
activos financieros, probablemente provenientes de la herencia del marqués (5).
Esta mujer que falleció en abril de
1926, declaró como heredera de parte de sus bienes, entre ellos las Casillas,
la hacienda de Villalba y la dehesa del Rincón del Jándula, a su hermana Teresa
Dueñas y Tegedo, incluyendo en el lote varias
posesiones en el Santuario de la Virgen de la Cabeza.
Teresa Dueñas Tegedo y Eduardo Dolkowsky Skzobousky:
Teresa Dueñas fue conocida popularmente en
Marmolejo como “la rusa”, por haber
estado casada, en segundas nupcias, con el afamado médico de origen ruso, Eduardo Dolkowsky. De vida azarosa y nada convencional para su
época, conoció a Eduardo en la isla de Tenerife tras enviudar del capitán de
artillería Francisco Díaz Salas, matrimonio celebrado bajo el padrinazgo del
prestigioso doctor Juan Bethencourt, en abril de 1899, naciendo en La
Laguna, el único hijo de ambos, Eduardo,
del que sabemos que fallecería en los primeros días de la Guerra Civil en una
de las sacas realizadas por los republicanos de la ciudad de Andújar en la
carretera de Villanueva de la Reina (6). Quizás por imperativo testamental de
su hermana Pilar, llegó a constituir en los últimos años de su vida una
fundación benéfica en Andújar dedicada a la caridad y socorro de personas sin recursos.
Pero merece la pena que nos detengamos en
algunos aspectos de la vida de Dolkowsky, hombre de costumbres bohemias que fijara un
buen día su residencia en las islas Canarias, en un primer momento en el valle
de Orotava, cerca de Puerto de Santa Cruz, y posteriormente en la isla del
Hierro, en la localidad de Valverde.
Eduardo Dolkowsky, el médico ruso.
Eduardo consiguió, sin proponérselo, ser toda una celebridad en Tenerife donde
había llegado desde su ciudad natal de Odessa (antiguo territorio ruso, hoy República
de Ucrania) hacia 1887 para vivir tranquilo y apartado en una cabaña del valle
de Orotava dedicado, exclusivamente, al estudio de la naturaleza, y al ejercicio de la medicina con carácter altruista.
Nos encontramos, además, ante un intelectual de ideas liberales muy avanzadas y de convicciones republicanas, que opinó de manera brillante sobre diferentes
temáticas de su tiempo y puso en práctica proyectos sobre el cooperativismo de
producción, ahorro y consumo, en línea
con las teorías societarias predicadas por los movimientos socialistas de
finales del XIX; ideas que plasmaría en
libros como “La cooperativa obrera”, y “Los
judíos, el trabajo, la cuestión social y los toros”, de difusión entre los
centros obreros de la isla, y en numerosos artículos en la prensa canaria.
Difundió con tesón y convicción
estos ideales sociales así como sus pensamientos sobre la necesaria educación
de las clases más pobres y sus postulados de amor hacia la naturaleza y a los
animales, siendo un luchador empedernido frente a la celebración de las corridas
de toros a las que consideraba como una actividad degradante desde un punto de
vista moral y una seña evidente de ruindad de las personas que con ellas gozan
y se divierten. En este sentido sus argumentos en contra del maltrato a los
animales tuvieron mucho peso en la aparición de una corriente anti-taurina
canaria que conllevaría la abolición de la fiesta de los toros en los años
siguientes.
Bien relacionado con la élite política y social tinerfeña, perteneció a
la Real Sociedad de Amigos del País de la isla y entre sus ideas más
importantes, que finalmente no pudo realizar, estuvo la construcción de un sanatorio
u hospital internacional donde pudieran hallar asilo los enfermos pobres de
todo el mundo, sin distinción de religión y raza; o la organización de
cooperativas obreras como pilar básico para el desarrollo económico y social de
las islas.
En 1890 el diario “La Opinión” de Tenerife le dedicaba una columna
descubriendo las virtudes de este singular personaje cuya fama empezaba a expandirse por
todo el archipiélago, y que reproduzco a
continuación por su interés (7):
“Hace cosa de tres años llegó
al valle de la Orotava un joven extranjero estableciéndose en una pequeña casa
de campo en las inmediaciones del Puerto de la Cruz. Todos creían que era uno
de esos ingleses o alemanes enfermos que, huyendo de las nieblas y hielos de
Europa buscan alivio ó la curación de sus dolencias en nuestro privilegiado
clima, aunque un observador hubiera desde luego visto en los rasgos de su
fisonomía y en su carácter expansivo que en las venas de aquel desconocido
corría más sangre eslava que sajona ó teutónica. Bien pronto sus largas
excursiones, á pie y á caballo, hasta los extremos de la isla, sin arredrarle
ni el frio del invierno ni los calores del verano, dieron a conocer que el
nuevo huésped de la Orotava, lejos de hallarse enfermo disfrutaba de una salud
a toda prueba. Su nacionalidad era un misterio, pues con la misma facilidad
hablaba alemán ó inglés que los idiomas derivados del latín y del eslavo. Un
día se supo que era médico.
Enfermó gravemente un niño de
pocos años en las inmediaciones de su casa y con sorpresa general le devolvió
al poco tiempo la salud, proporcionándole gratuitamente cuantos recursos exigía
su delicada situación y la pobreza de sus padres. Poco después un joven que
sufría durante algunos años una enfermedad crónica fue curado radicalmente
gracias a la habilidad y desinterés del desconocido extranjero; y desde
entonces la pintoresca casa que ocupaba en una eminencia que domina al Puerto
de la Cruz se vió invadida de enfermos pobres de los pueblos comarcanos, del
mismo modo que muchas personas de la mejor posición social intentaron utilizar
sus conocimientos terapéuticos; pero se negó siempre a asistir a los ricos,
contestando cortésmente que en el valle de la Orotava existían dignos é
inteligentes facultativos á quienes podían acudir…En cambio los pobres, los
desgraciados, los menesterosos, esos cuyo último asilo es el hospital, fueron
benévolamente acojidos por el filántropo doctor, que no solo procuraba curar
sus inveterados males, sino que les proporcionaba medicamentos, alimentación y
cuantos recursos necesitaban, constituyéndose muchas veces á la cabecera del
enfermo, convertido en una verdadera hermana de la caridad. Y no se crea que
Eduardo Dolkowsky (este es el nombre del extranjero) es rico ni posee pingües
rentas, pues dispone solo de una modesta fortuna, aunque encuentra siempre
recursos inagotables en el tesoro de su abnegación y de su amor a la humanidad.
Héroe oscuro y anónimo del infortunio, no busca la recompensa y rehuye los
aplausos, obrando únicamente a impulsos de su noble y honrado corazón; pocas
veces habrá subido las escaleras del rico, si bien ha pasado muchas noches en
el tugurio del pobre, llevando la salud y el consuelo á los desheredados de la
fortuna de quienes la sociedad no se ocupa.
En el Valle de la Orotava, como
en casi todos los pueblos de esta Provincia, donde no existen sociedades
cooperativas que socorran al trabajador de sus enfermedades y de sus
infortunios y donde los establecimientos de beneficencia son tan pocos como
deficientes, un hombre como Eduardo Dolkowsky es un don del cielo y un
verdadero prodigio. En este siglo utilitario en que se explota la palabra
filantropía y hasta los actos de caridad, son algunas veces, el resultado de cálculos
interesados y ulteriores miras, una personalidad como la del médico ruso es tan
rara como interesante…. Observador profundo, ha estudiado el clima, el suelo,
la flora y la fauna de Canarias; conoce nuestra historia, nuestras costumbres y
nuestra sociedad íntima y en la obra que prepara fruto de tres años de
investigaciones y trabajos, es de esperar que se muestre recto e imparcial,
colocándose tan lejos de la adulación como de la injusticia.
Alejado del país que le vió
nacer, lleva en la frente la nostalgia de la patria y el recuerdo de seres
queridos de quienes le separan distancias, tal vez infranqueables; es una
inteligencia que utiliza la humanidad entera, y si el proyecto que medita llega
á realizarse, la isla de Tenerife conservará un grato recuerdo de Eduardo
Dolkowsky”.
Aunque tuvo muchos amigos que lo
apoyaron, Dolkowsky, conoció también la incomprensión de un sector de la isla
del Hierro opuesto a sus avanzados postulados políticos y sociales, teniendo
que sufrir por ello agresiones contra su domicilio en varias ocasiones a lo
largo de 1904, alentadas por las fuerzas
caciquiles, a las que se había opuesto abiertamente y denunciado como el origen
del atraso social y económico de la isla (8).
Por eso, temiendo por la integridad de su familia, hacia noviembre de ese mismo año, maduraba la
decisión de abandonar El Hierro para instalarse en la península, en la ciudad
de Sevilla y posteriormente, hacia 1912 en Andújar, donde su cuñada política,
la condesa de Tavira, poseía gran parte del capital.
En octubre de 1903, unos meses
antes de que marchase definitivamente hacia la península, recibía el homenaje de la corporación municipal
de Valverde, hecho que fue recogido en el “Diario de Tenerife” dedicándole al
famoso médico una emotiva reseña de admiración y reconocimiento tras ser
declarado hijo adoptivo de Valverde, localidad en donde años después se acordó
poner el nombre de Eduardo Dolkowsky a
una de sus principales calles.
Una vez en Andújar la relación de Teresa Dueñas con Marmolejo será
asidua, no sólo porque aquí poseía
muchas de sus propiedades heredadas de su hermana, y por tanto una importante nómina de personal
jornalero a su cargo, sino también por el aprecio que sentía hacia Rafaela Ferro Burgos (1872-1959), maestra de
primaria de educación refinada, a la que habían conocido años atrás. La joven
Rafaela había estudiado Magisterio en Sevilla y tras finalizar sus estudios
marchó de nuevo a su pueblo donde casualmente iba a ser requerida por el
matrimonio Dolkowsky para encargarse de
la educación del pequeño Eduardo, un
chico enfermizo y de mala salud, necesitado de los aires de Sierra Morena,
motivo por el cual los padres habían decidido marchar por temporadas a Guadalcanal
a una casa alquilada enfrente del domicilio de la familia Ferro Burgos. De ahí
surgiría una sincera y duradera amistad que probablemente fuese el motivo de su
traslado a la ciudad de Andújar, una vez que los Dolkowsky le propusiesen continuar
con la educación del niño en su nuevo
domicilio iliturgitano de la Corredera de San Bartolomé. Bien por estos motivos profesionales o por su
matrimonio con Manuel Medina Mañas,
linarense afincado en Marmolejo quien fuera uno de los pilares básicos del
liberalismo local, y persona de la confianza del alcalde del partido
Liberal Lorenzo Romero García del Prado,
el caso es que Rafaela acabó
residiendo de forma estable en la célebre villa de las aguas, consagrada de por vida a la labor docente de
las hijas de las familias pudientes, y como no, a su único hijo, el pequeño
José, años después conocido veterinario local.
Las visitas del matrimonio Dolkowsky a Marmolejo tuvieron que ser
también especialmente frecuentes durante la temporada de aguas, momento idóneo
para el encuentro con destacadas personalidades
de la política, la cultura y la
ciencia, que año tras años quedaban emplazadas en Marmolejo, para disfrutar de
unos días de descanso.
Teresa Dueñas, nuevamente viuda, volvió a contraer matrimonio en Andújar con el
hacendado Bonoso Lara Serrano quien al
fallecer le dejaría en herencia las Casillas del Marqués a su chófer, el
andujareño Francisco Quero Santiago. Hacia 1968, fue comprada a los herederos
de Francisco Quero Santiago por el
médico marmolejeño, José Perales Jurado y su esposa, la asturiana, María de las
Nieves Rodríguez-Arango Arango, personajes en los que nos detendremos más
adelante.
Los
caseros de las Casillas:
En los primeros años de la República y hasta 1934, encontramos de
caseros al matrimonio formado por los marmolejeños Casto Buenafuente Cazalilla y su esposa Dionisia Carrilero Aguayo antes de que marcharan de arrendatarios a
la Boca del Río. Probablemente habían ejercido de caseros desde la década
anterior. Refiere la revista “Cerrico Álvarez”, que el tal “Casticos” fue a por
agua al pozo y como el brocal era más bien bajito, tuvo la mala fortuna de caer
al agua. Al echarlo en falta, su mujer, que era más grande que él, y bastante
más fuerte, lo sacó sin la ayuda de
nadie. Cuentan que aquella mujer solía vestir con refajos anchos y largos y
usaba botas de hombre” (9). Todavía entre 1940 y 1941, probablemente con la
condición de caseros aculados, el matrimonio volvería a la casería con su nieto
Francisco Zamora Buenafuente, tras ser arrendada por el propietario local José
Burlo García del Prado quien poseía en este mismo pago de las Cavas la finca
denominada “casillas Blancas” colindante con las casillas del Marqués.
En los últimos años de propiedad de la
popularmente conocida como “La rusa”, estuvieron de caseros Antonio Prieto Sánchez “Pereto”, su mujer Ana María Ruiz Donate y
sus hijos: Cristóbal, Clara, Francisca (nacida en 1931) y Antonia.
Antonio Prieto Sanchez "Pereto" y su
esposa Ana Mª Ruiz Donate.
Hacia 1941 el joven Antonio
convenía con el arrendatario de la finca José Burlo García del Prado, marchar allí de casero sin estipular sueldo
ni compromiso contractual alguno. Se trataba por tanto de caseros aculados o de
“puerta abierta”; eso sí, a cambio tendrían la ventaja de trabajar en las
labores propias de la finca y poder
sembrar, por su cuenta, trigo, cebada, e
incluso garbanzos y guisantes en las proximidades de la casería, aprovechando
las amplias camadas de olivos, especialmente en la zona colindante a “Casillas
Blancas” y “Martinico Morales”, donde disponían de tierras enormemente feraces
y las cosechas de cereales estaban garantizadas. Parte de este trigo lo
cambiaría Antonio por harina en la panadería de Juan Peña (padre) para hacer el
pan en el horno de la casería.
Al
mismo tiempo, según el testimonio de su hija Francisca, la familia al completo
se encomendaba al cultivo del huerto existente en la cañada del pozo, cuyas higueras
plantó Antonio. De ese huerto salieron
tomates, pimientos, habas, calabazas y un sin fin de productos para
consumo propio y para su venta a los lugareños más próximos.
Complementaba la actividad agrícola, la
cría y el cuido del ganado doméstico. En ese sentido los más jóvenes
acompañaban a los cochinos que andaban sueltos por la finca en busca de grano y
bellotas, y a los pavos y gallinas que picoteaban por los alrededores de la
casería. Francisca recuerda como con su manada de veinte pavos marchaba hasta
la cercana “cañada de las Papas”
(donde el médico Perales sembraba trigo) para meter a los animales durante la siesta para que se hartasen de
comer. Aún se intuyen los pequeños corrales donde el casero recogía durante la
noche los cochinos junto a la linde que da vistas al Guadalquivir.
Para este trabajador infatigable el lugar
era conocido desde años atrás pues antes de acomodarse en la casería vivió, en
las proximidades de la finca, en una choza de monte dedicado a la elaboración
de picón con las materias primas que proporcionaban las frondosas laderas de Los Algarbes y todos
los lindazos de monte de
las fincas colindantes, pletóricos de romeros, retamas, lentiscos, y
chaparrillos. Este picón lo vendía más
tarde a los “Vicentorros”, familia de
arrieros que vivían en Marmolejo.
Hacia 1944 por desavenencias con D. José Burlo por el asunto de los
cochinos y de las gallinas, pues este arrendatario se quejaba de que se comían
las aceitunas, y ello provocó que
tuviera que llevarse los cochinos a la casilla del Peligro y las gallinas a la
casería de Valdemojinos donde estaba
su cuñado, Domingo Ruiz, Antonio dejó la casería y marchó a vivir al pueblo a
la casa de su propiedad en la calle Pablo Iglesias nº 5, que él mismo se había
construido, acarreando las piedras y la tierra en un borrico, sobre un solar
adquirido a costa de muchos sacrificios.
A partir de ese año Antonio “Pereto”, que
era un gran conocedor de las artes de la caza, se dedicó de lleno a esta
actividad en Sierra Morena. Marchaba en compañía de otros compañeros y cuando
volvía, al cabo de dos o tres días, su familia vendía las piezas cazadas (zorzales, conejos o
perdices) en las casas de las familias pudientes, hasta que la Guardia Civil
empezó a relacionarlo con los “rojos”
huidos a la sierra, hecho en aquellos años inevitable pues los perseguidos refugiados en la serranía no
pasaban desapercibidos para ningún jornalero que se buscaba la vida en la
sierra (a veces habían sido antiguos amigos y compañeros) y de alguna manera
hacían causa común, ayudándoles a vender
las piezas cazadas en el pueblo, o llevándoles noticias y provisiones de
sus familiares.
Esta costumbre tan humana fue
habitual en aquellos años pero enseguida empezó a ser controlada y perseguida
por las autoridades franquistas cayendo por ello presos y asesinados muchos
jornaleros (padres de familias honrados),
considerados por las autoridades del régimen como enlaces y confidentes
de los huidos.
Paradójicamente prácticas solidarias con los huidos también las
ejercieron personas de Marmolejo nada sospechosas para el régimen, como el
farmacéutico D. Francisco Calero quien remedió la necesidad de muchos de estos
perseguidos, facilitando medicinas
gratis a sus esposas, que sacaban de la farmacia camufladas en sus pechos, para
luego hacerlas llegar a través de los supuestos enlaces.
Antonio “Pereto” murió el 10 de junio de
1945, en plena Postguerra, con cincuenta años de edad según la Guardia Civil,
(45 según su hija) junto a Juan Olalla
“El Chato”, de Andújar, en un
encuentro con unos guardias, en la finca de La Aliseda. Debido a sus actividades
furtivas para ganar el sustento de sus
familias, se les habían relacionado con el grupo de huidos pues sus lugares habituales de caza eran
coincidentes con la zona de actuación de
los grupos de Francisco Osuna “Vidrio” y Manolo “El Portugués”. Sus restos
mortales reposan en una fosan común del cementerio municipal de Andújar. Los
hechos ocurridos fueron recogidos por Francisco Moreno Gómez en base al relato
de uno de los jefes de la guerrilla Francisco Expósito “El Gafas”: “Realizábamos las reuniones en la
Buitrera, hasta que un día, a menos de 500 metros , los guardias
civiles mataron a dos cazadores furtivos de Marmolejo, conocidos como “Pereto”
y “El Chato”. Uno y otro tenían más de 60 años, y llevaban toda su vida
dedicándose a la caza furtiva; colocaban cepos y lazos durante un par de días,
y después se dirigían a Marmolejo para vender las piezas cobradas. Ese día tras
haber dormido al borde de un arroyuelo, al levantarse para ir a recoger las
piezas fueron acribillados por un gran número de efectivos de la Guardia Civil,
que los había rodeado la noche anterior” (10).
Moreno Gómez apunta que
“probablemente actuaban como enlaces de la guerrilla, como tantos otros del
medio rural, pero nada más. Sin embargo en el atestado oficial se les considera
casi bandoleros y atracadores, para justificar el crimen”. En relación al
“Chato” según Moreno Gómez su nombre
era Juan Olalla y era también natural de
Marmolejo, aunque Sánchez Tostado en “La Guerra no acabó en el 39” le atribuya
residencia en Andújar. Sin embargo según el testimonio de Francisca Ruiz, el
Chato no era natural ni vecino de Marmolejo.
A lo largo de 1942 y 43, Francisca Ruiz
recuerda como era frecuente ver transitar en los aledaños de la casería a
grupos de personas con caballerías “que a los niños nos decían que eran los
rojos, pero aquellas gentes jamás nos molestaron ni se metieron con nosotros.
Mi madre sólo nos decía que no saliéramos de la casa a partir de ciertas horas
de la tarde” (11).
He de reseñar que la presencia de
jornaleros y caseros con ideales republicanos, socialistas o comunistas, en
muchas caserías del pago de Cerrada y del Charco Novillo montoreño, propició
cierta seguridad de movimiento a los grupos de huidos de Marmolejo y a los
hermanos Jubiles de Bujalance, entre los años de 1941 y 1943, hasta el punto de
que éstos decidieron ubicar una base bastante segura en la Fresnedilla, muy
cerca de las Casillas del Marqués, gracias a la valentía y a la desinteresada
colaboración del casero Manuel Martínez
y su familia.
Por otro lado la existencia de innumerables árboles frutales como
higueras, almendros y granados, (e incluso de grandes encinas), y de pequeños
huertos en los arroyos y cañadas, así como de viejas viñas, o espárragos
silvestres en la zona de Los Algarbes y Boca del Río, ofrecieron garantía de abastecimiento para los grupos de
huidos, evitando poner en continua evidencia a los caseros en los comercios de Marmolejo o de
Montoro. En ese sentido los jornaleros
que trabajaban en estas fincas del pago de Las Cavas, constataron que muchas higueras
de la fértil “cañada de las Papas” (también conocida como de Velasco), y de los
arroyos de la Fresnedilla y de la cañada del pozo del Marqués, aparecían, de la
noche a la mañana, desposeídas de sus frutos.
Hurtos similares realizados para sobrevivir, fueron conocidos no muy
lejos de allí, en la casería de los Millones (robo de naranjas de su huerto) y
de la Garavitera, donde un grupo de “rojos” exigieron provisiones al capataz de “los Juraos”, el
marmolejeño Juan Soriano Moyano “Payoyo” (12).
En otras ocasiones los robos fueron realizados por personas de la
derecha para desacreditar, aún más, la imagen de furtivos y ladrones de estas
gentes, y cargar sobre ellos nuevos delitos sobre los que posteriormente exigir
responsabilidades. En ese sentido serían muy comentados sucesos como el asalto
al ventorrillo del Lobo por un grupo de supuestos rojos que luego resultaron
ser “gente de orden” de Marmolejo, así
como los imaginarios robos al administrador de las minas de wolframio de las
“Tres Cabezas”, inventados por este señor, como tapadera perfecta a sus
supuestas prácticas fraudulentas sobre
las nóminas de los obreros de la mina, en su gran mayoría de ideales republicanos, obligados a
sobrevivir tras sufrir severas condenas en las cárceles franquistas con un
mísero jornal y con unas condiciones de
trabajo extremas (13).
La muerte de “Pereto” trajo otra
tragedia añadida a la familia en la persona de su hijo Cristóbal. El muchacho
cumplía el servicio militar en Tarifa cuando le llegó la noticia de que la Guardia Civil había matado
a su padre por “rojo”. Sin poder encajar el golpe, cayo desmayado al
suelo y ya desde entonces su salud fue de mal en peor hasta que falleció un
tiempo después, en mayo de 1946, de enfermedad pulmonar, a la edad de 27 años.
Según su hermana, aún queda un recuerdo de Cristóbal en el peldaño de piedra
molinaza de las Casillas del Marqués: la huella de su mano cuando aún era un
chaval.
Todavía
tras la muerte del cabeza de familia, la viuda y sus hijos volverían de caseros
a cargo de Don José Burlo García del Prado. Esta situación perduró hasta 1946,
en que aquejados de calenturas de paludismo decidieron regresar definitivamente
a Marmolejo, pues el joven Cristóbal
andaba ya muy delicado. Coincidiendo con esos meses finales de la segunda etapa
en las Casillas del Marqués, Ana María Ruiz y sus hijos aún regresaron de caseros cuando se hizo cargo un nuevo
arrendatario natural de Andújar llamado Eufrasio. Este hombre, viudo por estas
fechas pasaba largas temporadas junto a los muleros que traía desde la vecina
ciudad. El citado arrendamiento lo había realizado con el nuevo dueño de la
finca, el heredero y chófer de “La rusa”, Francisco Quero Santiago. Paco, como se hacía
llamar, residía por estos años en Madrid, pero enamorado profundamente del
campo y de su finca, tenía por costumbre
venirse desde la capital del reino para
vivir en la zona noble de la casería durante la época de recolección de las aceitunas.
Allí convivía con la familia de Eufrasio (dos hijos) y la familia del casero
Miguel (seis personas), mientras que en
las casillas de aceituneros se acomodaba el personal encomendado a la
recolección (aceituneros/as, muleros, etc.), al menos trece o catorce personas (14).
El arrendatario Eufrasio y los nuevos caseros:
El nuevo
arrendatario se llevó de caseros a un matrimonio de Andújar y una
joven fruto de una anterior relación de la mujer del casero que a su vez
era madre de dos niñas y un varón de edades comprendidas entre 8 y 11 años.
Parece ser que entre la estancia de la familia “Pereto” y este casero estuvo
allí afincado de casero aculado, un
trabajador jornalero, de nombre Julián, que trabajaba en la finca de Los
Mártires, pero que dejaría pronto la casería.
Cuentan los testimonios de personas consultadas, que Miguel, el casero contratado por Eufrasio, además de
padecer de cojera en una pierna, era persona acostumbrada a la bebida, de
escasa cultura y de rudos modales, defectos que a manera de suplicio padecían
con asidua frecuencia la mujer y la hijastra, al parecer, de bellas facciones, por
lo que aquel hombre recelaba que en cualquier descuido pudiesen surgir relaciones
amorosas entre ellas y los mozos de las caserías aledañas.
Tales eran las desconfianzas y recelos de Miguel, que casi siempre se
hacía acompañar en sus trabajos por la
finca de las dos mujeres y cuando por
algún motivo marchaba a Andújar para realizar gestiones, comprar ato, o
frecuentar las tabernas, se las dejaba encerradas en la casería llevándose
consigo la llave. Un día que había recurrido
a aquella ignominiosa costumbre, y que tardaba más de la cuenta en volver, pues
presumiblemente se había entretenido en alguna taberna del camino, desesperadas
ya por la tardanza de su particular “verdugo”, las mujeres comenzaron a pedir
auxilio desde el interior de la casa. Los gritos de desesperación llegaron a
oídos del “aperaor” del “médico Perales”, que andaba por allí en un olivar
cercano, el cual alertado se aproximó a la puerta de la casería y con la ayuda
de otros jornaleros, la abrieron de un
fuerte empujón. Cuando Pedro Lozano
Medina, que así se llamaba aquel humanitario hombre, se percató de la
angustia y miedo de las dos mujeres, por la advertencia reiterada de que su
marido no debía de enterarse de nada de lo ocurrido, las tranquilizó
diciéndoles “Ustedes no tengan miedo, que yo me responsabilizo de todo lo
acontecido, y si os preguntase por la
persona que os abrió la puerta, le decís
que ha sido Pedro Lozano, el “aperaor” del médico Perales y que estoy dispuesto
a darle los detalles y explicaciones que hicieran falta y hasta denunciarlo a
las autoridades si fuese necesario por su comportamiento tan rastrero. Y por si
no me hallara por mi nombre, que pregunte en el pueblo por Pedro “Potrica” que
así me encontrará antes” (15).
Pedro Medina Lozano, aperador del
médico José Perales.
José Perales Jurado, el “medico
Perales”:
Una vez fallecido Francisco Quero, las Casillas fueron adquiridas a
sus hijos por el médico marmolejeño José
Perales Jurado que ya no mantuvo caseros fijos a lo largo del año, por lo que
la casería sólo se utilizaba para albergar a las cuadrillas de aceituneros que
desde Lora del Río se desplazaban en gran número para recolectar las aceitunas.
¿Pero quién fue este marmolejeño a quien todos
conocían como el “médico Perales”?. Nacido en 1887, era hijo de Bartolomé
Perales Garrido, un pequeño propietario agrícola, y de María Dolores Jurado
González. Durante su adolescencia conoció el trabajo en el campo, ayudando a su
padre en esos menesteres mientras simultaneaba con sus estudios de bachillerato.
Parece ser que en su vocación hacia la medicina tuvo mucho que ver el entonces
médico director del Balneario D, Juan Orques, quien recomendó a su familia el
inicio de dichos estudios en Sevilla, Cádiz y finalmente en Madrid. Allí se
doctoró en 1916, trabajando como médico
cirujano en el Sanatorio del Rosario, prestigiosa institución dedicada a la
atención sanitaria de las personas sin recursos y gestionada por la
congregación de religiosas de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana. José
Perales realizaría en esta Institución de clara vocación benéfica en sus
orígenes, muchas operaciones de manera altruista, junto a otras primeras
figuras de la medicina del momento, algunas de las cuales llegaron a tener eco
en la prensa de la capital del reino.
En
1922 el diario cordobés “La Voz”,
resaltaba las virtudes del médico Perales en una noticia dedicada a
Marmolejo con motivo del inicio de la temporada del Balneario. Dice así: “hemos tenido el gusto de saludar en ésta a
nuestro amigo el doctor Don José Perales, director del sanatorio del Rosario de
Madrid, y natural de esta población. Cualquiera de sus paisanos os haría la
presentación por el orgullo que nos produce hacer como algo nuestro, a un
hombre de valía. Pepe Perales está colmado de bendiciones de sus paisanos. Operador
magistral, ha obtenido tantos éxitos como
operaciones hizo, la mayoría de los operados eran desahuciados de otros
médicos, como incurables. Su mano derecha, ha dado vida a muchos afligidos que
solo en la muerte confiaban la redención de sus dolores. ¡Cuántos besan la mano
derecha suya con la unción que un penitente arrepentido besa la que absuelve de
sus abrumadores pecados!. Atiende solícito, paternal, al paisano dolorido que
se pone en sus manos; lo salva, lo consuela y lo socorre si lo necesita. Cariñosísimo,
modesto, es honra de su pueblo. Su fama llegó ya a fantásticas proporciones
díganlo si no tantos y tantos pueblos de la provincia de Córdoba y Jaén, donde
su nombre popularísimo se cotiza con anhelos de esperanza de los que sufren y él salvará; con el respeto y gratitud de
los que sufrieron y él salvó.
Pepe Perales “el nuestro”, ha
logrado lo que pocos: ser profeta en su patria chica y esto supone una
inmensidad. ¿Para cuándo guardáis, vecinos de Marmolejo, y para quien mejor que
para nuestro Pepe, el nombrarlo unánime, rotundamente, hijo predilecto de
vuestro pueblo? Aquel de vuestros paisanos que merezca más que él, que levante
el dedo.
Recientemente ha operado con su
mano de santo a Doña Rosario Ortega, esposa del jefe de telégrafos, de ésta,
Don Andrés León y ha llamado la atención el éxito obtenido, teniendo en cuenta
la incomodidad con que luchó el operador por las faltas de útiles a propósito.
En hora buena a la esposa del señor León y a ti, Pepe, ¡Que Dios te conserve tu
mano milagrosa! Eres un medicazo. Corresponsal “(16).
José Perales Jurado (izquierda), el Director médico del
Balneario, D. Juan Orques (centro), Lorenzo Romero
García del Prado (derecha), suegro de José Perales
Jurado.
A pesar de que su actividad profesional la desarrolló casi al completo
en Madrid, sin embargo no perdió nunca el contacto con su villa natal, a la que
volvía siempre que tenía ocasión pues aquí tenía un importante patrimonio rústico y
de aquí era también su primera esposa, Ana Romero Delgado-Caballero, mujer perteneciente
a una familia de la pequeña burguesía agraria local; hija de Lorenzo Romero
García del Prado, alcalde liberal en los años iniciales del XX, y de Alfonsa
Delgado-Caballero hija y nieta de notarios con importante patrimonio olivarero.
Ana murió casi recién casada en Madrid, a la edad de 27 años, en el momento del parto de un niño que tampoco
sobrevivió.
José Perales centrado ya de lleno en su vocación médica volvería a
conocer a la que sería su segunda esposa, la asturiana María Rodríguez-Arango
(17), con la que contraería matrimonio en 1932. A María la había conocido por mediación de su amigo y compañero en el
sanatorio del Rosario, el prestigioso especialista en garganta y oído, el
doctor Cristóbal Jiménez Encinas. Esta asturiana nacida en Cangas de Narcea,
era hija del ingeniero geógrafo Dámaso Rodríguez-Arango, constructor de varios
cuarteles en Ceuta y de las obras de remodelación del puerto de Cartagena,
entre otras muchas obras de importancia. Durante la postguerra se ganó al pueblo de Marmolejo por su apoyo
decidido y altruista hacia las personas de la clase jornalera que no tenían recursos para poder comer,
entre ellos muchos niños y niñas, hijos de perseguidos republicanos que en esos
años sufrían condenas lejos de nuestra villa; todo un gesto, de enorme
humanidad consecuente con los valores profundos de solidaridad que profesaba y que mantuvo de por vida.
Día de campo en las "Labraillas", al final de la Guerra Civil:
Carlos Rostaing (izquierda, de pié), José Perales Jurado
(sentado mirando hacia la cámara), Mateo Solís Rodriguez y
José Burlo Garcia del Prado (derecha primer plano, los
personajes del fondo no ha sido posible identificarlos.
A través de los documentos obrantes en el Archivo Municipal de Marmolejo
he podido igualmente constatar otra faceta inédita del José Perales Jurado y es
que durante la República, atendió siempre de manera desinteresada, las
peticiones de su amigo el alcalde socialista Ignacio Expósito para gestionar
ante los ministerios diferentes temas
pendientes relativos al gobierno local.
Durante sus estancias en Marmolejo el médico Perales residió en la casa
de sus padres en la calle del Arroyo, hasta que en 1934 le compró al sastre Don
Ezequiel la casa de la calle Maestro donde fijó su definitiva residencia en los
periodos que pasaba en su patria chica, y como no en su casería del
Ecijano donde solía pasar temporadas coincidiendo con la recolección de las
aceitunas. Durante la Guerra Civil fue
en esta casa de la calle Maestro, esquina con la de Jesús, donde tuvo que
desarrollar su labor de cirujano operando a muchos pacientes de hernias, úlceras,
estómago, fracturas óseas, apendicitis, etc., hasta que con la evacuación de
Marmolejo en la Nochebuena de 1936, se trasladaba a Jaén, a la casa de su hermano Bartolomé Perales, para residir allí hasta finalizada la
contienda. En los tres años de
guerra ejerció la medicina al servicio
del gobierno republicano, en el viejo colegio de San Agustín de Jaén, que había
sido habilitado como hospital, con visitas esporádicas a Marmolejo donde
realizaba operaciones en su propia casa, y en la de los enfermos, cuyas
modestas habitaciones eran convertidas en improvisados quirófanos según el
testimonio rescatado de su sobrino el practicante D. Juan Perales Padilla, vocacional ayudante en estos menesteres.
A lo largo de la Postguerra, José Perales estuvo siempre dispuesto a abrir las puertas
de su casa de Madrid a cualquier marmolejeño que iba a la capital del reino en
busca de algún remedio para su enfermedad tras atender sus propias
recomendaciones. Él se encargaba de hablar con los especialistas más punteros
del hospital, sacándoles el compromiso para que atendiesen lo mejor posible a sus paisanos, y
en la mayoría de los casos los hospedó como invitados en su residencia particular
de la calle Guturbay durante los días que fuese preciso, mientras duraba la
convalecencia en la capital, evitando con ello sufrimientos y riesgos innecesarios derivados de los largos e
incómodos viajes hasta Marmolejo.
Un último episodio, de carácter
anecdótico, en relación al devenir histórico de la casería tiene que ver con la
forma empleada por el médico Perales para preparar su compra. Según el
montoreño Guillermo Blázquez, conocido corredor de fincas, D. José Perales hubo
de adelantarse a los posibles interesados en comprarla, que no eran pocos.
Decidido a quedársela, un buen día se presentó en las Casillas por sorpresa,
pidiendo al aparcero que se las enseñara; operación que se realizó a lomos de
una mula. Satisfecho de lo visto, llegó al pueblo y partió inmediatamente hacia
Madrid para cerrar personalmente el trato con los herederos de Francisco Quero
sin que mediasen entre ellos intermediario alguno (18).
En nuestros días solo quedan en pie los
gruesos muros de la casa principal y un pequeño tramo del muro perimetral que protegía
a sus moradores de las partidas de bandidos y ladrones, en el lado de la puerta
de los almendros. Esperemos, pues, que el olvido y el abandono no se cebe en el
futuro con el escaso patrimonio arquitectónico que aún nos queda esparcido
por nuestros campos, testimonio único e
irrepetible de una etapa histórica vivida por nuestros antepasados que
deberíamos de conocer, valorar y conservar.
Citas:
(1)
Testimonio de José Alférez Alcalá (q.e.p.d), nacido en 1932 en Lopera, de donde
eran sus padres. Hacia final de la década de los 40, su familia adquirió una
pequeña propiedad de olivos, con casilla, cerca de la Huerta del Carmen (Dehesa
Cerrada) que había pertenecido a una mujer popularmente conocida como La
Goyeta. Tenía entonces José Alférez la edad de 18 años.
(2) Pro Ruiz, Juan: “Las Tierras de Ánimas ante
el mundo Moderno: Una interpretación del proceso desamortizador de las
Capellanías en los siglos XVIII y XIX”. Trabajo publicado en la obra titulada
“In memoriam, Antonio María Calero” editada con motivo del décimo aniversario
de la muerte del historiador pozoalbense, y profesor de Historia Contemporánea
de la Universidad Autónoma de Madrid, págs. 73 y 74. Ed. Ayuntamiento de
Pozoblanco y Diputación Provincial de Córdoba. Pozoblanco, 1998.
(3) Entre
los nobles andujareños con posesiones en el pago de Cerrada nos encontramos con el marqués del
Cerro de la Cabeza. Este título lo ostentaba a principios del XIX José Francisco Tavira
y Velluti (Andújar, 1777 –Madrid, 1836), tercer marqués del Cerro, que ocupa el
cargo de Alcalde primero en el Ayuntamiento constitucional de Andújar el 15 de
octubre de 1812. Dos años después, el día seis de agosto, ocupaba puesto de
Regidor Preheminente en el Ayuntamiento Absolutista de 1814 y estará a lo largo
de todo el denominado Sexenio Absolutista hasta el 25 de marzo de 1820.(Luis
Pedro Pérez García “Andújar y el largo siglo XIX”).El título lo hereda su nieto
José Carlos Velluti Tavira, cuarto marqués, y hacia 1898 lo ostenta su sobrino
José María Velluti y Zbinowsky, V marqués del Cerro. En cuanto al conde de
Gracia Real lo ostentaba casi a lo largo de toda la segunda mitad de siglo
XIX, Luis Pérez de Vargas, González de
Castejón, persona vinculada a los ayuntamientos moderados del reinado de Isabel
II desde agosto de 1956. En 1877 el Conde de Gracía Real era el primer
contribuyente por cuota de rústica y urbana de la ciudad de Andújar (Luis Pedro
Pérez García, obra citada.) El marqués de Torremayor también con posesiones en
el Pago de Cerrada, era Luis Ruiz González de Molina otro de los mayores
contribuyentes de la ciudad de Andújar hacia 1877.
(4) AHPJ,
sección de Protocolos Notariales, Legajo 4072. Escribano público: Juan Delgado
Caballero.
(5) El
título de condesa de Tavira se lo concede Pio X, a María del Pilar Dueñas, el 20 de febrero de
1906. Pilar Dueñas poseía 511 acciones del Banco de España en 1911 y 476
acciones en 1921. “Los accionistas del Banco de España” en Revista de Historia
de España, dirigida por Gabriel Tortella Casares. Otoño de 1988.
(6)
Censo de víctimas causadas por la izquierda
en la Provincia de Jáen; Luis Miguel Sánchez Tostado en “Represión
Republicana”. En su infancia y juventud el joven Eduardo había tenido una salud
quebradiza, motivo por el cual los padres buscaron siempre unos entornos
naturales lo más saludables posibles para él. Realizó estudios en Madrid donde
la madre disponía de familia y domicilio propio contrayendo matrimonio con la
joven andujareña Rodríguez Montané con la que no tuvo descendencia. (Testimonio de Rafaela María Medina Borrego,
nieta de Rafaela Ferro Burgos)./ Fue fusilado en la carretera de Villanueva de
la Reina, el 27 de agosto de 1936. (Censo de víctimas causadas por la izquierda
en la Provincia de Jaén; Luis Miguel Sánchez Tostado, en “Represión
Republicana”).
(7)
Diario La Opinión; periódico liberal-conservador, de 25 de abril de 1890; Santa
Cruz de Tenerife.
(8)
Venancio Acosta Padrón: “El Hierro desde 1900 a 1975: Apuntes para su
Historia”. Ed. Cabildo Insular del Hierro. Año 2003.
(9)
Reseña recogida en la revista “Cerrico Álvarez (Historias, costumbres y
leyendas del olivar serrano)”.Textos de Manuel Perales sobre testimonios de
Alfonso Merino Gómez jornalero en las fincas de Catalina Navarro Parras.
Edición nº 8, año XXIII. Marmolejo, octubre de 1999.
(10) Moreno
Gómez, Francisco en “La Resistencia Armada contra Franco, tragedia del maquis y
la guerrilla”, pág. 327, y Luis Miguel Sánchez Tostado en “La Guerra no acabó
en el 39”, pág. 480.
(11)
Testimonio de Francisca Prieto Ruiz, hija de Antonio Prieto. Francisca nació en 1931, tenía 14 años cuando mataron a
su padre.
(12)
Juan Soriano Moyano era el encargado y guarda juramentado de los propietarios
agrícolas marmolejeños conocidos como “Los Juraos”, dueños de las fincas de la
Garavitera, la Herradurilla y Los Fieros, todas ellas pertenecientes a la
herencia de su padre Alfonso Jurado Lozano. Estaba en la casería de la
Garavitera con el resto de personal jornalero de la finca, caseros y muleros,
el día que llegaron los rojos pidiendo provisiones. Los rojos le preguntaron
por el dueño, pero al decirle Juan que no estaba allí se interesaron por su cometido en la finca; a
lo que éste les respondió: “Yo soy el capataz, el encargado y el guarda
juramentao”. Entonces los rojos le conminaron a que les proporcionase parte de
las provisiones existentes en la finca, principalmente alimentos y aceite.
Luego marcharon sin crear más problemas (Testimonio de Alfonso Merino Gómez).
Juan Soriano había sido durante la Segunda República un trabajador afiliado a
la UGT de Marmolejo, habiendo participado el seis de octubre de 1934 en la
huelga general revolucionaria de aquel año, convocada en España por la UGT. Por
ello fue detenido y encarcelado en Jaén desde octubre de 1934 hasta febrero de
1936. Durante la Postguerra
y prácticamente hasta su jubilación trabajó al servicio de los hermanos “Juraos”.
(Perales Solís, Manuel: “La Memoria Rescatada”, pág. 90; Marmolejo 2007.
(13) Una
noche llegó al ventorrillo un grupo de hombres con el rostro tapado. Se hacían
pasar por rojos y tras pedir vino y comidas al dueño del ventorrillo,
encerraron al matrimonio en una de las habitaciones hasta que se hartaron de
beber y de comer. Al marcharse los amenazaron
con que no contasen en el pueblo lo ocurrido. La casualidad quiso que
los caseros a través de una rendija de la puerta pudiesen reconocer a los
supuestos “rojos”. Se trataba de gente de la Falange marmolejeña bien considerada en la
localidad (testimonio de Juan Cañuelo
Coba).
(14)
Testimonio del loperano y marmolejeño de adopción José Alférez Alcalá, perfecto conocedor de
estos pagos que residió durante toda su juventud en una casilla ubicada en la ribera
del Guadalquivir, junto al veredón del Recoche y la casilla de Goyete, no muy
distante de las Casillas del Marqués. Se trataba de una pequeña finca de olivar
en la que sus padres, José Alférez Barbosa y Catalina Alcalá Alcalá, naturales
de Lopera, sacaron adelante durante la postguerra a una prole formada de siete
hijos, cinco varones y dos hembras. Pepe trabajaba igualmente durante gran
parte del año en Las Casillas del Marqués, cavando olivos y arando con los
mulos. En las temporadas de mucho trabajo se quedaba a dormir en el pajar de la
casería, manteniendo relaciones de noviazgo con la hijastra del casero Miguel
(15)Testimonio
de Pedro Lozano Medina “Potrica”, varios
años “aperaor” de la casa del “Médico Perales”. Este oficio en otras
profesiones es sinónimo de capataz o encargado. Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española era “la persona
que debía de encargarse de que los diferentes aperos o conjunto de instrumentos
y demás cosas necesarias para la labranza”.
(16)
Diario La Voz de Córdoba; jueves 5 de octubre de 1922. La reseña aparece en el
artículo titulado “De Marmolejo”, donde el articulista recoge el ambiente
animado de la villa en su temporada alta de Aguas.
.
(17)
María Rodríguez-Arango Arango nació en Cangas de Narcea (Oviedo) el 5 de agosto
de 1890 y falleció en su domicilio de la calle Maestro de Marmolejo el 5 de
febrero de 1980. Sus restos fueron trasladados al cementerio de Cangas, donde
reposan. Su esposo falleció en 1980 y sus restos reposan en Marmolejo en el
cementerio de Santa Ana.
(18) Testimonio de Guillermo Blánquez Mesa “El Montoreño”
(q.e.p.d.) dedicado durante gran parte de su vida a la correduría de fincas
rústicas y urbanas.
____________________________________________________________________________________
Texto: Manuel Perales
Solís
Fotos: Gentileza de
D. Antonio Rostaing Pinillos, D. Antonio Lozano Peña, Dña. Francisca Prieto Ruiz,
Dña. Rafaela María Medina Borrego y archivo personal.
9 comentarios:
Sin desmerecer para nada este soporte y este blog creo que este importantísimo trabajo para los marmolejeños de Manuel Perales debería, más temprano que tarde, verse publicado en soporte papel. Pero bueno... supongo que con el tiempo...
Enhorabuena de todas formas a Manolo y a la Asociación de Vecinos. Feliz Navidad.
El que se quedaba con el dinero de los mineros, fingiendo que le robaban los rojos, era Rafalete, hermano de las peluqueras. Personaje siniestro de nuestro pueblo y que fue un protegido de los fachas de Marmolejo y que fue protagonista de siniestros episodios como patear a personas dentro y fuera de Ayuntamiento con la complicidad del facherio local.
Mis mejores deseos en estas fiestas para los/as integrantes de la Asociación de Vecinos de San Julián, y mi más sincero agradecimiento por permitirme, de vez en cuando, sacar a la luz algunos de mis trabajos sobre historia local.
Un saludo, y todo el bienestar posible para el año venidero.
Magnífico regalo por Navidad. Gracias y un saludo a la Asociación de Vecinos del Poblado.
Esta fuente de riqueza cultural nos sitúa en el momento histórico.
Es un sistema de coordenadas multidimensionales, perfectamente diseñado por Manuel, que juega con le espacio, el tiempo, la historia, la cultura, las personas, los sentimientos, las anécdotas y los pequeños detalles, que nos ofrece una perspectiva de nosotros mismos como comunidad, que sin esta aportación sería imposible tener.
Es una luz encendida en la oscuridad de la ignorancia, un faro por el que no puedo por menos que estar agradecido por mi, por mis vecinos y por las generaciones venideras. Gracias Manuel, volvemos a estar en deuda contigo.Salud y Felices fiestas.
Referente al segundo matrimonio de Teresa Dueñas "la rusa" puntualizar que su marido, se llamaba Bonoso Lara Mercado, natural de Lahiguera, no era persona adinerada pero si muy culto, había estudiado teología,magisterio y derecho. Fue preceptor del hijo de Teresa Dueñas,Eduardo, fue como conoció a la que sería su esposa. Bonoso fue arrestado en la guerra civil en su domicilio de Madrid y fusilado en Paracuellos del Jarama. Parte importante de su herencia fue para su hermano pequeño, Manuel Lara Mercado, fallecido y conocido en Lahiguera desde entonces como el "rico nuevo". Desconozco a quien fua a parar la otra parte de la herencia de Bonoso de la que se habla en este artículo que por otra parte me parece magnifico.
Le agradezco la puntualización que me hace sobre el segundo apellido de D. Bonoso Lara y a cerca de su localidad de origen. El apellido Serrano me fue transmitido así en 2002, por la hija política del que fuera chófer de "la rusa", D. Francisco Quero Santiago, señora actualmente residente en Madrid. Intuyo, por tanto, que pudo haber un error en la transmisión de dicho dato. Francisco Quero heredó una pequeña parte del capital rústico de Teresa Dueñas integrado por la finca de la Casillas del Marqués en el término municipal de Marmolejo.
Otra parte del capital, como muy bien señala, debió de pasar a manos de D. Manuel Lara Mercado y no se si de algunas personas más (probablemente los hijos de éste) pues aquí en Marmolejo, durante los años 40 del pasado siglo, curiosamente fueron conocidos
bajo el seudónimo de "los ricos nuevos" (plural), personas, al parecer, de trato distante y de triste recuerdo, por sus modales despóticos y prepotentes empleados para con los jornaleros de sus fincas, según distintos testimonios de antiguos marmolejeños que los conocieron.
Gracias y un cordial saludo.
Al trabajo de Manuel hay que reconocerle, entre otros muchos valores, ese entusiasmo que pone en todas sus investigaciones, la sencillez unida a la veracidad histórica, el amor apasionado por su pueblo sin concesiones a ninguna de las partes, la de abrirnos los ojos y desmontar mitos, el relizar toda esta ingente tarea de forma desinteresada, modelica, altruista...todo este legado de la memória histórica, que no se conocia o es conocido de manera parcial o sesgada, es su gran aportación al PATRIMONIO COLECTIVO DE MARMOLEJO. Gracias Manuel que vivas muchos años, con esa familia maravillosa que te apoya, y sigas dandonos esa identidad que tanto necesitamos. Un abrazo.
Deben de ser otros esos "ricos nuevos", a los que se refiere, este que yo le digo de Lahiguera no llegó a gestionar en absoluto la herencia, la vendió inmediatamente en menos de un año para comprar en la campiña de Lahiguera límite con Arjona.
El texto y la investigación son muy buenas, esto no es mas que una anecdota, sin más importancia
Gracias por su aportación y un saludo
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