De vez en cuando, aunque sea de tarde en tarde conviene
desconectar de la rutina de la vida cotidiana; es saludable para la mente, el
cuerpo e incluso para la relación con nuestro entorno social más cercano; suele
ocurrir, sobretodo en núcleos rurales de población reducida, que cuadriculamos
tanto nuestras mentes y estrechamos
tanto nuestro espacio vital que llegamos a pensar, aunque parezca exagerado,
que el mundo se reduce a lo que vemos cuatro palmos más allá de nuestras
narices y ello, claro está, empobrece nuestra existencia y condiciona nuestro
comportamiento social hacia esquemas más conservadores.
Precisamente para combatir esta posible patología social, que
nadie estamos exentos de padecer ante el alto grado de sedentarismo de nuestra
sociedad, propiciado por el desarrollo tecnológico que ha inundado nuestras
vidas de “comodidades”, hoy hemos decidido coger nuestras bicis, nuestros sacos
de dormir y nuestra tienda de campaña para echarnos a la carretera, tres días
de ruta por Sierra Morena nos esperan.
Pendientes de los partes meteorológicos que preveían bajada
de temperaturas para este primer fin de semana de agosto, véase un acertado uso
de las nuevas tecnologías, efectivamente, la Naturaleza nos abre un paréntesis
entre los calores veraniegos, hoy viernes amanece nublado, a las 7 de la mañana
hora de partida, en la vega de San Julián tal vez demasiado fresco, aunque
pronto en la subida hacia Marmolejo empezamos a entrar en calor, el objetivo
del día, hacer noche en Solana del Pino, un pueblecito de Ciudad Real enclavado
entre agrestes montañas que rayan los 1400 mts de altitud, allí donde Sierra
Morena se hace más salvaje, más inaccesible, pero a la vez también más
encantadora.
Llegados a la vecina
localidad de Andújar, comienza lo duro, abandonamos el valle del Guadalquivir y
comenzamos a remontar las primeras estribaciones de nuestra sierra por la
carretera que une la citada localidad
con el Santuario de la Virgen de la Cabeza y Puertollano, las nubes nos
acompañan durante toda la mañana y la temperatura desciende a medida que
tomamos altura, al igual que nuestras fuerzas por lo que conviene dosificarse y
no cebarse en esta primera subida hacia las viñas de Peñallana; grandes
escollos nos quedan aún por sortear, el primero ascender desde el Jándula hasta
el Santuario donde tenemos previsto un avituallamiento para recuperar fuerzas,
pero antes el descenso de “Valdeinfiernos” que como su nombre apunta, siempre
temerario y arriesgado, después gatear como podamos por las rampas del jabalí
para finalmente ya, en el punto de avituallamiento, cruce del Santuario,
despedirnos del mundo civilizado y adentrarnos en las soledades de Sierra
Morena a través de 30 kms de altiplanicie granítica donde la presencia humana
se reduce a algún que otro guarda de las grandes fincas acotadas para la caza
mayor existentes en la zona; a continuación, ya se perfila en el horizonte,
entre nieblas, el siguiente obstáculo a superar, el puerto de Sierra Madrona,
un cordel montañoso que supera los 1000
mts de altura cubierto de bosques de pinares de repoblación en sus laderas y
restos de vegetación autóctona en las riberas de sus riachuelos (alisos,
fresnos….), no en vano la organización de la “Vuelta ciclista a España” decidió
en dos ediciones consecutivas de esta prestigiosa competición ciclista hacer
pasar una de sus etapas en ambas ocasiones por este itinerario, lo que motivó el
acondicionamiento de esta carretera desde el Santuario de la Virgen de la
Cabeza hasta el límite con la provincia de Ciudad Real que estaba bastante deteriorada,
desgraciadamente quedaron unos últimos kilómetros sin arreglar que en la
actualidad contrasta enormemente con el buen estado de la calzada con el que
nos recibe la vecina provincia manchega y sobretodo no facilita el deseo con el
que amablemente despide la Junta de Andalucía al viajero, mediante un gran
cartel en el que se puede leer, “hasta pronto”.
Nosotros a golpe de pedal hemos dejado Andalucía atrás,
atravesamos un gran valle glacial por su perfil en forma de U que recuerda a
los valles pirenaicos, con orientación
oeste-este buscando la cuenca del Jándula encajado entre las formaciones
montañosas de Sierra Quintana al sur y Madrona al norte. Ante nuestros ojos la
primera y más dura rampa del puerto da por finalizada nuestra conversación, todo
el oxígeno disponible será necesario para oxigenar la sangre que alimenta
nuestros músculos, las gotas de sudor comienzan a caer de nuestras frentes y
salpiquean sobre el manillar y cuadro de nuestras bicis, de vez en cuando levantamos
la mirada soñando divisar detrás de cada curva el cambio de rasante que ponga
fin a semejante tortura, aunque el sueño parece convertirse en pesadilla que
amenaza no acabar nunca, un acoso físico y psicológico que el “hombre del mazo”,
figura tan legendaria como temida en este deporte de la bicicleta que suele
precisamente habitar en estos puertos de montaña, dirige hacia nuestra fuerza de voluntad para hacernos
desistir en el empeño de dominarlos, de
coronarlos y hacernos la deseada foto junto al letrero que les da nombre y
altitud, para mostrarla al mundo como un trofeo , una fiera domada, un logro
más en nuestro palmarés deportivo.
Recomponemos nuestro equipaje y sin más dilación ni titubeos
agotamos el último kilómetro de bajada y ya sobre el puente del Robledillo, en
el fondo del valle, donde no se deja notar el viento frio de las alturas, con
el ambiente bastante más caldeado, nos enfrentamos de nuevo a la cruda realidad…,
rompernos las piernas escalando el puerto de los “Rehoyos”, el único consuelo
pensar que Solana del Pino, el fin de etapa del día, nos espera allá arriba,
aunque si elevamos la vista tan solo logramos ver un trazado tortuoso y
serpenteante de carretera interminable sobre imponentes laderas que más parecen
por sus pendientes grandes paredes naturales rematadas por crestas rocosas, al
otro lado, al norte, la inmensa llanura,
el Valle de Alcudia paraíso de la oveja merina nos recuerda que estamos en
tierras manchegas; pero nosotros que aún
estamos luchando contra la fuerza de gravedad intentando tomar altura metro a
metro sobre el empinado asfalto, soñando con la llanura, hacia la mitad del
puerto, cuando sobrepasamos una gran casa de campo, “las Lagunillas”, con una
marquesina de obra aledaña a la carretera que contiene una hornacina de un
Santo y una frase en sus paredes en la que leemos, “viajero estás en Sierra
Morena”, tenemos claro que a esto hemos venido, a subir y bajar montañas,
aquella, la llanura quedará para otra ocasión, para una próxima escapada.
Algo más arriba nos encontramos con el cruce de Solanilla del
Tamaral y el Hoyo, la pendiente se suaviza algo y la proximidad de las crestas
rocosas que rematan estas cordilleras nos indica que el final del puerto está
cercano, así es, pocos kilómetros más adelante divisamos ya la desviación hacia
Solana del Pino, llegados a este punto comienza el “paseíllo” triunfal, tres
kilómetros de suave descenso por una carretera perfectamente acondicionada que
nos introduce, llenos de orgullo y satisfacción, en este bello pueblecito
serrano donde la hospitalidad de sus gentes en ningún momento nos hace
sentir extraños.
Ante la fatiga acumulada, finalmente optamos por alojarnos en
una casita rural donde poder ducharnos y descansar sobre cómoda cama; Manolo
Lucero, suegro de la propietaria, la señora Mar que a la vez regenta una
carnicería y tienda de comestibles, nos proporciona la llave y amablemente nos
desea feliz estancia, mientras tanto durante la conversación mantenida, al
conocer nuestra procedencia, Marmolejo, nos confiesa conocer perfectamente
nuestra localidad y comarca por haberla visitado en innumerables ocasiones
cuando daba portes con su camión y de regreso volvía cargado de ladrillos de
Bailén para la obra, hoy jubilado y con 76 años de edad reconoce no haber
vuelto por nuestra tierra desde hace ya bastantes años, de su conversación
deducimos que estamos ante una persona inquieta y emprendedora que no pudo
aprender de la escuela, sino de la vida.
Una vez acomodados salimos a pasear y conseguir provisiones
para la cena, en la carnicería de Mar encontramos todo cuanto podemos necesitar,
allí volvemos a encontrarnos con la amabilidad de las gentes del lugar que no
paran de recomendarnos la visita a la piscina municipal, por lo visto, según comentan,
al construirla, un error en los cálculos por exceso, terminó dándole
características y dimensiones olímpicas, pero a nadie parece importarle el
posible sobrecosto derivado de aquel error, pues nadie oculta su orgullo y
complacencia por disponer hoy día de este recinto único en la comarca del Valle
de Alcudia. En una panadería cercana nos disponemos a comprar el pan pero
observamos que está cerrada, suele ocurrir en estos pueblecitos que nada pasa
desapercibido y rápidamente una viejecita vecina que observa nuestros
movimientos nos indica con todo tipo de detalles cómo debemos operar, “vayan
ustedes dos casas más arriba que allí vive la panadera, pero no llamen al
timbre porque está averiado, den unos golpes en la puerta”, muchas gracias
señora, respondemos nosotros que actuamos tal y como se nos ha indicado y…..
efectivamente, problema resuelto, inmediatamente nos atiende una mujer, que sin
pedirle explicaciones, tal vez para justificar el tener cerrado, nos informa de
que suelen acostarse un rato por la
tarde para descansar de la dura faena en la panadería y que mañana tienen que
llevar pan a Solanilla del Tamaral y al Hoyo, termina sugiriéndonos un pan
redondo de horno de leña que no dudamos ni un segundo en comprar, ¡ah! y
también unas magdalenas caseras para el desayuno.
Terminada la compra entramos en el bar “la traviesa”
dispuestos a tomarnos unas cervecitas fresquitas, en fin, darnos un pequeño
homenaje por la gesta del día, aquí la conversación con la dueña, Concepción,
es entretenida y amena, nos pone al día de los por menores de la vida en estos
lugares, las fiestas patronales en honor a San Pantaleón que acaban de
terminar, la sacudida de la crisis cebándose sobre la juventud que se tiene que
ir fuera, ella misma tiene dos sobrinos con sus carreras terminadas trabajando
en Irlanda, en fin, el fantasma que oscurece el futuro de estos pueblos cuya
población cada vez está más envejecida; aunque no deja de ser curioso que este
fenómeno, según nos comenta, esté generando empleo entre mujeres más jóvenes
que se dedican al cuidado de personas mayores, entre esto, los maridos que
generalmente se ocupan en los retenes contra incendios y algún que otro arrimo
más de alguna pequeña propiedad o negocio local, echan el año a bajo como
pueden, aquí no existe el subsidio agrario. Finalmente, entre cerveza y cerveza
y exquisitas tapas especialidad de la casa terminamos comentando la gran
relación que existe entre nuestros pueblos, es cierto que en Marmolejo habitan
varias familias procedentes de aquí, posiblemente la trashumancia ganadera o
cualquier otra actividad relacionada con el ganado provocara estos
desplazamientos con posterior asentamiento en estas latitudes de Valle del
Guadalquivir.
De regreso a nuestro hospedaje, mientras admiramos la belleza
del paisaje a través de un callejón con vistas a la sierra, se acerca a
nosotros una señora mayor, Gonzala, interesándose por nuestra procedencia;
venimos de Marmolejo señora y sólo pasaremos esta noche aquí, respondemos
nosotros, ella amablemente nos indica cual es su casa y al conocer nuestro
origen exclama, ¡hombre de Marmolejo!, yo soy prima de Obdulia, la mujer de
Pedro Poyatos, ya fallecido, si señora conocemos a la familia y mantenemos
buena relación, son muy buena gente. Ella desconsolada por la reciente muerte
de su esposo Desiderio, de la que posiblemente no se haya enterado su prima en
Marmolejo, nos confiesa sentirse muy sola porque en su matrimonio no tuvieron
hijos, aunque dice tener una resobrina pequeñita que es lo único que le alegra
la vida, nosotros tratamos de animarla y de hacerle ver que siempre hay algo
por lo que aferrarse a la vida aunque sea la simple posibilidad de contemplar, cada mañana, estas montañas que nos rodean.
La noche se cierne sobre el lugar y aunque sus habitantes
mantienen una dilatada actividad nocturna en calles y bares, nosotros, después
de cenar, optamos por acostarnos pronto, la jornada ha sido dura y mañana de
nuevo nos espera la bicicleta.
Un nuevo día por delante, la mañana está soleada pero corre
una brisa fresca, desayunamos y preparamos el equipaje, la intención es estar
hacia el medio día en la “Fuente del almirez”, 30 kilómetros de pista forestal
pedregosa y descarnada nos separan, nuestra mayor preocupación, los pinchazos y
averías.
Manolo Lucero que empieza su actividad también temprano nos
despide y confiesa haber sido en su juventud un gran usuario de la bicicleta,
pero no por afición sino por obligación para ir al trabajo de la mina todos los
días, la mina asesina, qué bien cerrada está como él dice, porque se llevó por
delante la vida de muchos lugareños. Continúa relatando sus recuerdos y asegura
que en estas tierras manchegas siempre han ido por delante de nosotros en
Andalucía y aún nos describe la imagen de aquella Andalucía que él conoció en
su juventud, cuando venía con rehalas de perros a las monterías y veía
acercarse a las gentes del lugar pidiendo para comer las asaduras y vísceras de
las reses capturadas, le sorprendía que ante la mayor fertilidad de aquellas
tierras andaluzas pudiera vivir la gente peor que ellos aquí, encaramados en
estas sierras, todavía se inunda de rabia cuando lo cuenta culpando a aquellos
señoritos andaluces dueños de todo y es que, como declara, le tiene gran cariño a nuestra tierra.
¡A dios Manolo!, gracias por la hospitalidad; de esta manera,
sintiéndonos hermanados ya con estas gentes, emprendemos nuestra marcha en
busca de otros lugares y de otros personajes.
La etapa del día es corta pero nos vemos obligados a ir
despacio porque la pista presenta mucha piedra suelta, comenzamos descendiendo
nada más salir de Solana del Pino siguiendo el curso de un valle hacia el
oeste, no tardamos en alcanzar la cota más baja y encontrarnos con una empinada
subida que flanquea un collado elevado para después continuar bajando, en este
punto dejamos a la izquierda un viejo caserío ganadero y una pista que se
adentra en dirección sur ascendiendo por la montaña. De nuevo en el seno del
valle tras recorrer algunos kilómetros nos encontramos con una casa de
guardería forestal y algo más adelante tras atravesar el cauce de algún que
otro arroyo seco entramos en una finca privada que está cercada y siendo esta
pista vía pecuaria que no pueden cortar, han instalado unas rejillas
canadienses para evitar que el ganado se salga, transcurridos unos 15 minutos
de pedaleo desde este punto nos topamos con una gran mansión, “nueve veces”, a
la que ya nos había hecho referencia Manolo Lucero esta mañana antes de salir y
efectivamente, como él nos indicó a partir de aquí no pararíamos de subir
suavemente hasta llegar a la Fuente del almirez, pero antes nos encontramos con
un cruce de caminos en un enclave de pinares, un letrero indica hacia la
derecha “Ventillas”, decidimos tomar dicha dirección y en menos de un kilómetro
encontramos una pequeñita aldea de pocas casas que forman una calle con un
pilar de agua al fondo, el lugar es estratégico en el confluyen tres valles, un
arroyo con frondosa galería de bosque de ribera refresca el ambiente y sobre
las copas de sus árboles destaca sobre un pequeño cerro la ermita de San Marcos
que alberga una curiosa pila bautismal milenaria tallada en piedra; como nota
curiosa la pancarta que cuelga de la fachada de una de las casas convocando a
los pocos vecinos existentes a un “guateque de los años 80” que celebrarán esta
noche, bonito lugar para regresar, a través de la noche de los tiempos, a los
20 años, ¿quién sabe?, porque sin lugar a dudas algo de mágico tiene este
entorno.
De retorno a la pista que habíamos abandonado continuamos en
busca del destino final del día, tras recorrer unos 4 kilómetros que sin parar
de ascender se hacen pesados ya para nuestra piernas, “caemos” sobre la fuente
del Almirez, un paraje sombreado por robles y encinas centenarias, humedecido
por un manantial de aguas extraordinariamente frías que generan un humedal
donde aparece el helecho como vegetación de sotobosque, algo que recuerda a
aquellos paisajes que atravesamos hace algunos años por tierras del Bierzo y
Galicia.
Perteneciente al término municipal de Fuencaliente, es una
zona recreativa equipada con mesas de madera, bancos, barbacoas y contenedores
para depositar basura. La proximidad a
la carretera N-420, a un escaso kilómetro, nos permite percibir el ruido de los
vehículos que por ella circulan y esto nos recuerda que volvemos al mundo
civilizado. Efectivamente y es que aunque la tarde en el lugar está tranquila
no paran de aparecer aguanosos adictos a las excelencias de estas aguas que
incluso desde Puertollano vienen con gran cantidad de envases a aprovisionarse
del preciado líquido elemento para todo el mes. En realidad aunque hemos venido
buscando tranquilidad y sosiego, este ajetreado trapicheo de transeúntes en
busca del agua, no nos incomoda, sino todo lo contrario, nos entretienen y
amenizan la tarde con sus fugaces conversaciones; es el caso de un vecino de
Puertollano oriundo de Fuencaliente y su
señora que suelen acudir habitualmente, dado el elevado número de garrafas que
porta, viene equipado con un cojín que coloca sobre la dura piedra donde se
sienta para sostener los envases mientras se llenan y un filtro de tela porque
asegura que aunque la apariencia del agua es nítida y transparente, arrastra
alguna fina arena procedente de los veneros. Acostumbrados ya a esta operación
que realizan mecánicamente, la señora arrimándole garrafas vacías y él
llenándolas, no para de conversar con nosotros, nos cuenta gran parte de su
vida, resulta haber trabajado como guardia de seguridad transportando
explosivos para las minas en Puertollano, donde aún queda una en explotación de
donde extraen carbón para abastecer la central térmica de Peñarroya ya que de las
dos existentes en aquella localidad una está cerrada y otra mantiene un bajo
rendimiento; nos describe la beta
existente y el proceso de extracción a cielo abierto como si de un ingeniero de
minas se tratase. Indignado ante la política energética de este país cada vez
más dependiente de terceros, asegura no estar aprovechandose bien nuestros
recursos con los que podríamos autoabastecernos, de hecho recuerda como en los
tiempos de la autarquía franquista durante los años del bloqueo internacional
al régimen del general, los ingenieros de la refinería “Calvo Sotelo”,
actualmente de Repsol, producían gasóleos a partir de la pizarra bituminosa,
una piedra blanda grasienta, según describe, abundante en la zona. Nosotros que
ante esta inesperada “clase magistral” recibida en materia energética, hemos
permanecido absortos y boquiabiertos todo el rato, hubiéramos deseado prolongar
más el momento, pero la última garrafa está llena y el coche cargado, sin
habernos ni siquiera presentado nos decimos ¡a dios!.
Antes de preparar la cena y colocar la tienda de campaña
damos un paseo andando hacia la carretera buscando cobertura en nuestros
teléfonos móviles, para comunicarle a la familia que hemos sobrevivido. El
punto de intersección de la pista con la carretera resulta ser la coronación
del puerto de “Valderrepisa”, estamos a 800 metros de altitud rodeados de
inmensos bosques de “pinus pinaster”, desde aquí miramos hacia el sur y
apreciamos perfectamente el inicio de la cuenca del Yeguas, también observamos
cómo el vapor de agua emitido a la atmósfera por la abundante masa vegetal
genera pequeñas nubes (cumulonimbos) que cuando existen las adecuadas
condiciones atmosféricas se agrupan y dan lugar a las temidas tormentas, no es
el caso de hoy que terminan desvanecidas por el viento.
La noche se nos echa encima, los últimos rayos de sol
desaparecen sobre las copas de los pinos y el descenso de temperatura obliga a
abrigarnos, cenamos consumiendo los restos de víveres que traemos desde Solana
del Pino, algunos cómo frutas y zumos los habíamos puesto a refrescar en la
fuente y ahora están en su punto, la música de una emisora de radio sintonizada
por un pequeño transistor que ha sido nuestro nexo de unión con el “mundo exterior”
durante todo el viaje, curiosamente las ondas de radio llegan donde no pueden
las de telefonía, pone fondo a nuestra conversación antes de irnos a dormir.
La mañana del domingo ya está aquí, los rayos de sol aún no
calientan el paraje, nos levantamos, recogemos la tienda y todo el equipaje
poniéndonos en marcha de nuevo sobre nuestras bicicletas; antes de llegar a
Fuencaliente paramos a desayunar en un restaurante de carretera, a continuación
seguimos descendiendo y atravesamos esta pintoresca localidad conocida por sus
baños.
Unos kilómetros más abajo pasamos sobre el río Yeguas y de
nuevo pisamos tierras andaluzas de la comarca cordobesa del “Valle de los
Pedroches”, subimos por la “umbría del ahorcado” hacia Azuel que lo dejamos a la derecha para seguir a
través de una larga y empinada recta interminable escalando hacia la cima de
este batolito granítico pedrocheño donde se asienta Cardeña, después “Venta del
Charco”, las dehesas de “Españares” y finalmente el descenso hacia Marmolejo y
San Julián, la cota más baja de toda la ruta, donde nos espera en la sede de
nuestra Asociación Vecinal, Paco “Solano”
con una cerveza fresquita.
La experiencia ha merecido la pena y nosotros hoy ya aquí
engullidos de nuevo por la vida cotidiana, tenemos más claro que nunca que ni
las escarpadas fronteras naturales, donde el “hombre del mazo” suele hacer de
las suyas, ni las absurdas fronteras políticas establecidas por el egoísmo
patrio de los nacionalismos podrán frenar nuestro espíritu viajero; el mundo es
un pañuelo y en él estamos todos, esta vez por estas sierras, pero algún día,
tú, yo o cualquier otro volveremos a encontrarnos en alguna otra ruta de algún
otro paisaje de este apasionante planeta.
Javier Perales.
Nota del autor: Todo
cuanto se relata y describe es real, si algo resulta inverosímil o exagerado,
no es fruto de la ficción, sino de la pasión hacia este deporte y hacia estas
montañas de Sierra Morena. Gracias.
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